Algunas personas creen que hay libros que necesariamente deben quedarse rezagados porque corresponden a una etapa de la vida que se supera con el paso del tiempo. Tal vez, haya obras que se pueden considerar así, pero no las conozco. El libro que leíamos en la infancia, considerado exclusivamente para niños, de pronto, con los años, descubrimos que también era para mayores.
Hace algunas semanas, un entrevistador me preguntó cuáles eran mis libros favoritos. Le respondí: “No tengo predilección por ninguno, pero, si usted me pide que recomiende un libro para personas cultas y sensatas, yo les diría que vuelvan a leer Las aventuras de Pinocho …”. Esa historia narrada con sencillez y profundidad por Carlo Collodi y que obliga, a niños y a hombres, a reconocernos en las travesuras infantiles de un muñeco de madera.
Educador no es solamente el que enseña: en verdad es el que sabe enseñar, lo cual tiene que ver con instruir y, sobre todo, formar. ¿Quién puede dar forma al niño? Pienso que aquel que posee, entre otros conocimientos, el concepto exacto de lo que un niño es, punto de partida del que carecen los que se ocupan de los planes educativos de la niñez.
Si un maestro enseña pensando solo en el adulto del futuro, y no en el niño en sí (en el niño actual), está equivocado. Y lo está porque tiene en mente al adulto de mañana. Enseña por lo que será y no por lo que es: un pequeño ser humano cuya capacidad espiritual está acondicionada para descubrir y para emocionarse con lo descubierto, para jugar y para sorprenderse con el tropel de la alegría. Al niño se le forma con descubrimiento y con juego, pero con su propio descubrimiento y su propio juego. En eso consiste el respeto a la niñez. De lo contrario, el formar se convierte en deformar.
Pensar como niño. Educar es acercar el maestro al niño, y no el niño al maestro. No es obligando al niño a pensar como adulto, sino enseñando al maestro a pensar como niño.
¿Ha preguntado un maestro a sus discípulos, alguna vez, lo que desean hacer ese día? Posiblemente, contestarán que correr por los potreros. Si el educador sabe ser niño, aceptará y saldrá alegremente correteando con los niños. Entre gritos y saltos, se encontrarán con laboriosas hormigas, un pájaro muerto, renacuajos en una charca y una vaca dándole de mamar a su ternero.
Qué mejor lección para formar a un niño que enseñarlo a descubrir jugando? La escuela no es tanto la estructura formal de un edificio como los campos abiertos, con instructores que aprendieron a ser niños.
Con sabiduría, Goethe manifestó en cierta ocasión: “Soy el mejor maestro de mi nieto porque le permito hacer lo que le dé la gana”. O sea, no atar al niño a un sistema didáctico y moralizador porque está adaptado para su niñez. Esto es lo que hay que comprender y tratar de lograr: que aproveche su tiempo de manera total, que se desarrolle en toda su infancia, que la logre, que la disfrute. No se la quitemos, porque es suya.
Una escuela no es una estación de ferrocarril donde los niños esperan a que pase el tren de los adultos para marchar con ellos. Los niños también tienen derecho a existir.
El ciudadano responsable y seguro de sí mismo solo llega a serlo cuando ha tenido padres y maestros que respetaron su niñez.