Las modas escriturales van y vienen. Algunas resisten poco; otras, en cambio, como intercalar “ahora y aquí” (o a la inversa, aquí y ahora) en medio del discurso, se mantienen firmes. La brevedad gráfica, la sencillez de atar dos adverbios con la y no parece incomodar a nadie.
Tampoco ayuda. La falta de un sujeto, de una primera persona singular o plural achica la vibración del enunciado. Aparte de tener consecuencias no deseadas.
En efecto, cualquiera podría retrucar que quiénes son estos usuarios del idioma que claman por un presente y un lugar que solo pertenecen a la mera circunstancia.
El narrador uruguayo Juan Carlos Onetti decía que el ahora y aquí exige un relevamiento detallista de lo que nos rodea, tarea de hormiguita laboriosa que incita el olvido y niega el presentir, dones mágicos ambos de la condición humana.
Ergo, no habría que tomar el presente y el sitio en su delgadez máxima porque, de hacerlo, estaríamos poniendo entre paréntesis el universo de recuerdos y geografías íntimas, donde habitan aquellos seres amados y amables que trascienden relojes, calendarios y mapas para electrizar el nuevo día.
Además, y mientras respiremos, el mundo jugará su juego y quién mejor que cada uno para adivinarlo entre miedos, corazonadas y un futuro que siempre es un territorio a desentrañar… y en el que pasaremos el resto de nuestras vidas.
Hic et nunc. Ahora y aquí viene de la expresión latina hic et nunc y no sabemos el nombre del orador o prosista que la descerrajó en la segunda mitad del siglo pasado. Es probable que fuera alguien que buscaba una muletilla a deshoras cuando la palabra no acude a la cita y que solucionó su problema con una fórmula. Una fórmula que también equivale a una orden.
Pero no cabe duda de que aquel orador o prosista anónimo creía en el realismo ingenuo, entendía lo real como lo que uno ve y palpa y es independiente y externo a la mente humana.
Por eso los “ahoraquimistas”, todos ellos, se proponen lo imposible. Sí, amigo, imposible ejecutar cortes en el espacio/tiempo del que somos actores y engranajes: por ejemplo, voy a suponer que atravieso un río y que lo hago en medio de un flujo de recuerdos, imaginando además la serenidad o turbulencia que acecha mi destino… ya está, de acuerdo, así funciona el devenir de la conciencia y lo inconsciente; y entonces le pregunto a usted cómo cree posible detener la marcha de la memoria y las premoniciones y aceptar apenas un despojado ahora y aquí.
¿Y por qué no contar con las ventajas comparativas que ofrecen la vivencia y la fabulación, útiles de primera si se quiere leer y releer hacia atrás y apostar a lo que vendrá después de este presente indicativo que indica nada más?
Basta una simple esquina, una sonrisa prestada, una vieja canción, el inicio de un verso, un mechón de cabello, el aroma de un suelo amigo y ya no estamos acá ni en este momento.
El furor existencial nos remite de continuo a un punto provisorio, no negociable y absolutamente inquieto. ¡Ah…y sin fecha de vencimiento!
El autor es escritor.