Muy a menudo, cuando se nos confronta con el problema del racismo, nuestra primera reacción suele ser: “No soy racista”.
Todavía quedan muchos costarricenses que no aceptan que en el país subyace esta conducta y quienes, muchos menos, se reconocen con prejuicios, actitudes y conductas que expresan una discriminación hacia otros empujada por el color de la piel.
Y yo, ¿soy racista? Sí, en el tanto provengo de un entorno sociocultural en el cual se me formó, se me impregnó de mitos que contribuyeron a tener una visión distorsionada de mi Costa Rica.
Por la vía de la educación, en la calle y, en general, en la vida cotidiana aprendí que el país era blanco, escuché que el mestizaje era poco y de los negros poco se hablaba, salvo que “vinieron para la construcción del ferrocarril al Caribe”.
Entonces, si nací y me crié inmerso en ese marco, ¿puedo dejar de ser racista? Sí. Primero, al igual que le sucede a quien es presa de una adicción, tengo que reconocer esa condición. Segundo, reeducarme para empezar a combatir aquel lastre.
Autocrítica. Los ticos recibimos un legado proveniente de la visión de los liberales decimonónicos que construyeron el ideario de una Costa Rica blanca, europea. Por tanto, lo indígena y lo negro se volvieron invisibles, marginales, y su presencia y aporte en la forja del Estado-nación quedó en nada.
Así, la inmensa mayoría de compatriotas desconoce, por ejemplo, que los negros estuvieron presentes en el país desde el mismo momento en que los españoles se internan en el territorio de lo que sería Costa Rica, ignoran que las familias más pudientes del Cartago colonial tenían esclavos negros para las labores domésticas y agrícolas, y que, por esa convivencia, hubo mezcla de sangres.
Por la misma razón, no hay costarricense “puro”. Si se escarba en el árbol genealógico de cada quien, nos toparemos con un abuelo o una abuela negra. Esto se ignora, o al menos no se quiere saber.
Combatamos el racismo haciendo una crítica interna, personal y como sociedad, reconociéndonos producto de tanto elemento distorsionante. Cuando nos pregunten si somos racistas, no recurramos a esa respuesta automática que, en su afán de negar una condición, más bien la deja en evidencia..
El autor es periodista de La Nación