El presidente Luis Guillermo Solís ha dormido de dos a cuatro horas al día en la última semana. Sin embargo, del jueves al viernes, no cerró los ojos pues esa noche, mientras Otto destrozaba parte de la zona norte, se mantuvo en pie en la Comisión Nacional de Emergencias (CNE), Pavas, e incluso pasada la 1 a. m. convocó a conferencia de prensa para informar el estado de situación.
Comidas formales, no muchas. Se la ha pasado entre galletas, sándwiches y gallos y, el lunes, en la noche, se detuvo en el centro de San José para “almorzar” en un restaurante chino. Ese mismo día, su hija estuvo con él en la CNE y mientras ella hacía tareas de la escuela, Solís daba órdenes para canalizar la ayuda a las zonas de desastre, cuenta gente cercana a él. De hecho, en su casa apenas lo han visto pues llega a medianoche y a las 5:20 a. m. va de salida hacia la CNE donde preside las tres sesiones diarias del Centro de Operaciones de Emergencias, el comité que centraliza las directrices.
Al presidente, hay que destacarle que ha dado la cara a la emergencia minuto a minuto. Asumió la responsabilidad política antes y después del paso de Otto. Lo hemos visto ante cámaras al amanecer, al mediodía y al anochecer y eso es vital en un país de tramitomanía. Con su presencia, se evitó a los intermediarios en las órdenes para usar un avión, un helicóptero, un camión o un tractor. Con su manejo directo se sorteó a jefaturas para que autorizaran la asignación de la maquinaria del Estado. Con su mando personal, se enviaron alimentos y agua sin mayor burocracia. Ante el desorden en Upala en la distribución de alimentos, envió a su vicepresidenta a dar órdenes en el sitio. A su ministro de Seguridad lo mandó al Caribe para resolver problemas y él, desde San José, pidió a Panamá y EE. UU. aviones y helicópteros.
“Ojalá podamos trascender esta emergencia y entrar en una lógica nacional sin tanta traba y burocracia”, tuiteó el viernes 25. Más de mil mensajes en Twitter reflejan cómo manejó evacuación de pueblos y hasta de mascotas: “Ellos siempre nos acompañan. No los dejemos solos ahora”, dijo.
También evidenció su frustración: “El duelo es la rabia de no poder salvar a todas las personas del país. No es un decreto, es lo que sentimos”. Fallas hubo y hay. Pero lo relevante: el presidente ha estado ahí.
El autor es jefe de redacción en La Nación.