Después de una larga agonía, el sábado 2 de abril de 2005, el Señor llamó al papa Juan Pablo II a su presencia. Desde el preciso instante de su muerte, comenzó a corearse la frase: “Santo súbito”, expresión con la cual los fieles reconocían la fama de santidad que acompañaba a aquel hombre de intensa vida de oración, pastor incansable de la Iglesia Universal y testigo valiente del Evangelio de Cristo.
A seis años de su Pascua, la Congregación para la Causa de los Santos, con júbilo y esperanza, comunicó al Pueblo de Dios la beatificación del venerable Juan Pablo II, la cual tendrá lugar en la plaza de San Pedro en Roma, el día 1.º de mayo del 2011, II Domingo de Pascua y Domingo de la Divina Misericordia.
Figura carismática. Evidentemente, este acontecimiento reviste una especial importancia, no solo porque invita a que todos nosotros, como bautizados, nos sintamos impulsados a asumir, como él lo hiciera, una vida cristiana más profunda y plena; sino, también, por el hecho de que Juan Pablo II supo ganarse el cariño y la admiración del mundo y del pueblo de Costa Rica que fue testigo, tanto de su elocuente carisma personal, como de su fructífero ministerio apostólico, ejercido, también, en nuestro suelo. Aquel miércoles 2 de marzo de 1983 comenzó a escribirse una página de oro en la historia de este pueblo que, con calurosa hospitalidad, recibió al sucesor de Pedro, quien, desde su llegada a Costa Rica, bendijo pródigamente a “esta tierra de fecunda historia y amante de la paz”.
Tanto en las distintas actividades realizadas en aquellos días, a saber, su reunión con los obispos centroamericanos en el Seminario Central, la emotiva visita al Hospital de Niños, la magna celebración eucarística en el parque de La Sabana, el diálogo con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas en la catedral metropolitana o su efusivo encuentro con los jóvenes en el antiguo Estadio Nacional; como las miradas cruzadas con las miles y miles de personas que en las carreteras saludaron al Vicario de Cristo, permitieron que este “hombre de Dios” a la vez que confirmaba en la fe a los hermanos, conquistara, para el Reino, el corazón de los costarricenses. Desde entonces, el papa Juan Pablo II ha estado unido, espiritualmente, a nuestro pueblo.
Su vida y muerte fueron testimonio fiel de abandono total en las manos de Dios y en la protección de su santísima Madre (TotusTuus). Si bien con dolor, a través de la oración, le acompañamos en su tránsito definitivo a la casa del Padre, vimos cumplirse en Juan Pablo II la divina voluntad a la que siempre quiso someterse: “Una vez más deseo confiarme totalmente a la gracia del Señor. Él decidirá cuándo y cómo debo terminar mi vida terrena y mi ministerio pastoral. Aceptando ya esta muerte, espero que Cristo me dé la gracia de este último pasaje, es decir, (mi) Pascua. Yo también espero que la haga útil para esta causa más importante a la que trato de servir: la salvación de los seres humanos, la protección de la familia humana, en todas las naciones y entre todos los pueblos, útil para aquellos que, de una manera especial, se me han confiado, en la Iglesia, para gloria del propio Dios” (Testamento de Juan Pablo II- 1980).
Juan Pablo II nos dio ejemplo a todos de virtudes cristianas como la oración, la paciencia en las tribulaciones, el respeto a las personas, la solidaridad y la construcción de la paz.
Aquel que, como ha destacado el papa Benedicto XVI, “con su ejemplo, nos ha guiado a todos en esta peregrinación, y ahora sigue acompañándonos desde el cielo”, en adelante, por su solicitud fraterna auxiliará, pues, en mucho a nuestra debilidad.
Llamado a la santidad. Sin duda, en el contexto de la Pascua de Resurrección, recién celebrada, la beatificación de Juan Pablo II nos anima a entender que “todos estamos llamados a la santidad: es la medida misma de la vida cristiana” (Benedicto XVI, 13 de abril del 2011), a la que ninguno está excluido. “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mateo 5,48).
Juan Pablo II anunció franca y claramente el Evangelio al mundo del hoy provocando un encuentro con Jesucristo. A la vez exaltó el valor y la dignidad del ser humano desde el instante de la concepción.
Recordamos a los señores curas párrocos que este acontecimiento constituye un gran motivo para agradecer a Dios, en las misas del domingo 1.º de mayo, por este hijo de la Iglesia, pastor fiel y servidor de la humanidad; a la vez, hacemos un ferviente llamado al pueblo católico y a todas las personas de buena voluntad, a unirnos en las distintas celebraciones que, tanto a nivel parroquial, como nacional, se han dispuesto para esta memorable fecha.
“Oh Trinidad Santa, Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de tu paternidad, la gloria de la cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor”.
Beato Juan Pablo II, ruega por nosotros.
Hugo Barrantes Ureña, arzobispo de San José. Presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica.