Estos sustantivos están a la espera, cada uno, de acciones de servicio, de generosidad y de buena voluntad. También pueden calificarse como modos de ser del costarricense, algunas veces anclado en alguno de tales calificativos o en todos, salvo excepciones, porque las hay.
Una de ellas son los responsables, ubicados tanto en la empresa privada como en la pública. Si se tratara de premiarles, se harían acreedores a la presea del esfuerzo, y serían dignos de imitarse, no así los perezosos y los comodones. Para unos y otros, el mundo pasa indiferente y confuso; es como una planta invasora indomeñable. El hombre no puede alimentarse de él. Con frecuencia, los humanos pretendemos dominarlo, y algunos se erigen en autosuficientes y autónomos, soberbios y orgullosos; vamos más allá, pregonando egos e insolidaridad, sobre todo con los más necesitados.
Sumidos en su arrogancia, olvidan el sello de la caducidad de nuestras vidas. El mundo, imperturbable, nos meterá a todos en el saco del olvido, al poco tiempo de partir. De nada sirvieron egos, autosuficiencias y autonomías.
Sin embargo, pese a sus defectos, queremos a este mundo, creado para nosotros, los hijos de Dios, y nos apegamos a él, al mundo. Su Creador solo espera una correspondencia.
Algunos se la otorgan muy complacidos, no obstante el inmenso número de crímenes, odios e intolerancias.
Nueva generación. En este mundo confuso y envuelto en una ética empobrecida, pareciera surgir una generación más dispuesta a proteger el planeta del desastre ecológico imperante. Aspiran a una Tierra más habitable y humana.
Ojalá no olviden proteger la luz de la inteligencia, la luz de la belleza y la luz de la fe (Romano Guardini), sin cuyas luces no podemos vivir. A su vez, recordemos el necesario respeto a la libertad personal, indispensable para el vigor de estas luces.
Esa nueva generación merece apoyo internacional. Quiere una nueva forma de estar en el mundo. En cambio, cuando se aspira solo a la acumulación de riqueza y se omiten otros valores, mueren los sentimientos humanos y se empobrece la vida.
No quisiera, pero debo hacerlo: un paréntesis. Aquel amigo lector me pidió le aclarara “eso de que el infierno no existe”. Lo remito a unas palabras de Cristo, que espero le sirvan: “Temed al que después de la muerte tiene poder para arrojar en el infierno. Sí, os digo: temed a este” (Lc 12,4).
El papa Juan Pablo II tan solo afirmó que al infierno no puede asignársele un lugar específico, determinado, concreto; pero no negó su existencia; tampoco la negó el papa Francisco. El infierno sigue vigente.
El pueblón. Con ocasión de la congestión causada por los autobuseros en el centro de San José, recuerdo unas palabras del prestigioso periodista y escritor Enrique Benavides, en torno a San José capital. Lo define muy bien. Dijo: San José es “un pueblón”.
Decía una triste verdad. Hace poco, con motivo de las primeras lluvias y aquellas inundaciones, extrajeron de algunas alcantarillas 90 toneladas de basura. También en estos días pasó algo similar: como los autobuseros han congestionado el centro de San José, el viceministro de Transportes, Sebastián Urbina, propuso un plan, parecido al exitoso de Bogotá, y le llovieron granizos de los autobuseros.
Tanta ha sido la presión, que el presidente de la República, acatando disposiciones superiores (?), separó al viceministro del grupo de estudio; posteriormente, lo destituyó del cargo. Volveremos al gran “pueblón”. ¿Ese es el cambio de que tanto se habla? Sí; otro cambio de personal. Esto ha conmovido al país. Esperemos acontecimientos, que acabarán acomodándose en responsabilidad, esfuerzo, pereza y comodidad.
El autor es abogado.