Por causas inesperadas, esa tarde regresé de un viaje traspirado por incontables horas. Al entrar en mi apartamento, tomé el periódico.
Por la fuerza de la costumbre comencé a leerlo mientras preparaba el café. Las noticias, angustiantes la mayoría, son las mismas en cualquier país.
En un momento llegué al artículo de Enrique Obregón sobre la idea del derecho (30/12/2010).
Considero que es un tema que sacude al mundo en la actualidad y digo en la actualidad, porque en tiempos pasados hasta la Edad Media, solo los grandes señores conocían la existencia de esa palabra o, simplemente el hecho o la facultad de ejercerla.
Si la pudiéramos dividir como el átomo, creo que llenaría el volumen de su querido libro y las 4.500 páginas de la obra completa por todo lo que ella encierra.
Me puse a pensar si en el derecho cabe esa palabra, esos latidos. Fui al diccionario de la Real Academia y el libro me vomitó 57 formas. Lo cerré asfixiada.
Me puse a pensar en qué difícil es ejercer el derecho. Siempre he pensado que el mío termina donde comienza el de mi vecino o el de la persona más cercana.
Recordé las abuelas de la plaza de Mayo. Tienen derecho sobre un nieto que no conocieron, que les fue arrebatado, y es lógico.
El nieto, en cambio, ya adolescente o joven, no tiene o no tuvo el derecho de escoger sobre el trauma que llevará sobre sus hombros toda la vida.
Me remonto al sabio rey Salomón en presencia de las dos mujeres que disputaban un pequeño diciendo cada una que ella era su madre.
Salomón llamó entonces a un soldado y le dijo que con su sable partiera al niño en dos y diera una parte a cada mujer.
Una de ellas se opuso. Salomón decidió que la que dejaba vivo al niño era la madre y a ella le asignó el pequeño.
Esto, sumado a lo anterior, me hizo pensar que los sentimientos no siempre pueden entrar en el derecho.
El tema me seguía atrayendo, decidí darle una última ojeada para aclarar mi pensamiento.
De pronto, sentí que no importan las circunstancias adversas en que nos sentimos envueltos en ciertos momentos de nuestra existencia, cuando encontramos –si sabemos discernir lo profundo en la cosas que están a simple vista– algo interesante, algo que nos mueve a pensar, a reflexionar, a cuestionar o a indagar.