Soy periodista. Lo que más he hecho en mi vida es buscar una información, ir tras una noticia. Ese instinto profesional me llevó hace pocos días a visitar Costa Rica para conocer de primera mano la suerte de miles de migrantes cubanos varados en la frontera con Nicaragua.
Irónicamente, la labor de reportero que desarrollé en ese país vecino me está prohibida en mi propia patria. Al estadista que entrevisté en suelo tico, no pude ni acercarme siquiera en territorio cubano porque la Policía política de mi país me lo impidió.
Cuando en la ciudad de San José sostuve una entrevista con Luis Guillermo Solís, presidente de Costa Rica, el mandatario no solo respondió mis preguntas sino que me invitó a las actividades que desarrollaría durante su visita a la Isla.
La jefa de prensa de la presidencia, Stephanie González, envió a mi correo la invitación para una conferencia de prensa que el presidente costarricense daría a las dos de la tarde de este martes en el salón Tenerife del hotel Meliá Habana.
Temprano, como quien calcula todos lo riesgos pero valora más la obtención de la información, preparé mi agenda, el bolígrafo para tomar nota y medité sobre cuál sería, en esta ocasión, la mejor pregunta para hacerle a Solís.
Iba a ser una interrogante simple, directa: “¿El gobierno cubano le ha consultado a usted sobre la posibilidad de enviar desde la Isla ayuda humanitaria, incluidos médicos y alimentos a nuestros emigrados en la frontera?”. La respuesta nunca llegaría, y no por voluntad del invitado.
“No puede pasar”. Desde la 1:30 de la tarde logré entrar al hotel y acercarme al sitio donde se celebraría el encuentro con los periodistas. Cuando un funcionario del oficialista Centro de Prensa Internacional (CPI) se colocó en la puerta del salón para verificar a los corresponsales de medios internacionales y nacionales, resultaba obvio que no me permitirían entrar.
Efectivamente, cuando me tocó el turno en la improvisada fila, el funcionario preguntó por mi credencial y le mostré la invitación impresa. “Si no tiene la credencial, no puede pasar”, dijo en tono autoritario.
Le expliqué que el presidente, a través de su secretaria de prensa me había enviado la invitación, pero solo obtuve como respuesta un “quédese aquí”. Quise decirle también, pero ya se había ido, que no tengo una credencial de prensa porque en mi propio país no se me permite ejercer el periodismo legalmente. Solo a los reporteros oficiales que aplauden y cantan loas al poder se les acredita para un acontecimiento de esta naturaleza.
Ser corresponsal extranjero tampoco es lo mío, porque nací aquí, en este trozo de tierra en el mar Caribe, y no voy a hacerme pasar por un visitante de otras latitudes para ejercer mi profesión.
Minutos después de haber sido retenido en la entrada de la conferencia de prensa, apareció Stephanie González, muy apenada porque “no sabía que se necesitaba una credencial”. No es su culpa, le dije “nuestro diario 14ymedio.com (http://14ymedio.com) nunca recibirá una acreditación del CPI”.
Vivimos bajo un monopolio absoluto de la información y el poder no parece dispuesto a dejarse arrancar esa tribuna. Tampoco yo gozo del favor de estos jerarcas de los medios.
Después de diplomarme en periodismo fui expulsado, en el lejano año 1988, de los medios oficiales por escribir artículos considerados críticos por los censores del Departamento de Orientación Revolucionaria del Partido Comunista de Cuba.
Después de una larga espera, finalmente aparecieron dos personas que se identificaron como “oficiales de la Seguridad del Estado” y que me condujeron en contra de mi voluntad en un auto Lada hasta las proximidades de mi casa.
En los minutos que duró el viaje, se dedicaron a calificarme a mí y al diario digital donde trabajo de “mercenarios del imperio”. También me amenazaron con el anuncio de que en los próximos días la televisión oficial mostraría un documental para “desacreditarnos”.
Cuando les expliqué que había tenido una entrevista en San José con el señor Solís y que él me había invitado a participar en su conferencia, se rieron como si les hubiera contado un chiste, y sentenciaron que ese presidente es “un títere del imperialismo” y que me había concedido una entrevista porque se lo habían ordenado desde Washington. El resto de los insultos y las amenazas me los reservo por elemental modestia.
Llegué a casa. Besé a mi mujer y a mi hijo. Saqué el bolígrafo que nunca utilicé y me confirmé que hay algo a lo que quiero dedicar el resto de mis días: ser periodista y seguir comportándome como un individuo incómodo para el poder.
El autor es periodista cubano.