En los albores de la pasada década Costa Rica se convenció de que era imposible mantener su relativa marginación internacional.
Hasta entonces, cualquier persona ilustrada sabía de la importancia del mundo para el país. Sin embargo, esta percepción navegaba en un mar de cómodas certezas y frecuentes despreocupaciones. Formábamos parte de alianzas muy claras. Nuestra proyección comercial externa era modesta, pero estable. Nuestros vecinos padecían frecuentes dictaduras, pero encerradas en sus fronteras. Aún no habían hecho crisis total algunas malas decisiones sobre política macroeconómica que nos tornarían muy vulnerables ante los desequilibrios foráneos.
No era de sorprenderse que reflexionar y preocuparse entonces sobre asuntos internacionales quedara para círculos especializados. Pero la realidad nos hizo cambiar. Los shocks petroleros, la crisis de la deuda externa, las turbulencias del istmo, el desplome del modelo proteccionista, el ímpetu del narcotráfico y el renovado fragor --en nuestras propias barbas geográficas-- de la Guerra Fría, conmovieron paradigmas y actitudes.
Un diario como La Nación no podía mantenerse ajeno a esta situación. Además de abundantes informaciones, era imprescindible ofrecer interpretaciones y opiniones que dieran sentido al entorno regional y mundial cada vez más alambicado y demandante. Fue en esta época cuando Jaime Daremblum llegó a nuestra página 15. Conocedor de su formación y experiencia, le propuse concentrar sus comentarios en los temas internacionales, con artículos que primero aparecieron esporádicamente y luego cada martes.
Desde entonces, sus colaboraciones han sido una forma de establecer contacto inteligente con el acontecer mundial, aunque no se esté de acuerdo con todos sus planteamientos. Porque si algo caracteriza a sus artículos, además de la claridad y pulcritud estilística, es la habilidad de sustentar sus conclusiones con referencias. Hasta en los asuntos que le son más cercanos emocionalmente, como la suerte del Estado de Israel y el pueblo judío, sus textos evitan el sermón para incursionar en razones y argumentaciones. Nunca deja de ser un tanto evangelista, pero más aún es exégeta.
Con esta metodología, y con una perspectiva claramente liberal y occidental, ha sido intérprete de uno de los períodos más ricos en cambios, riesgos y transiciones mundiales. Ahora los lectores nacionales y centroamericanos tendrán la oportunidad de repasar esta fascinante época, gracias a la recopilacion de sus artículos que Daremblum ha hecho en el libro De Yalta a Vancouver: un mundo en transición, que acaba de ser publicado por la editorial Libro Libre.
Las colecciones de textos periodísticos siempre tienen una gran virtud y un gran riesgo. La virtud es que permiten al público percatarse de cuáles temas eran relevantes, en qué momento y por qué. De este modo es posible tener una fresca reconstrucción de determinadas épocas. El riesgo es que la recopilación puede conducir a reiteraciones, falta de unidad conceptual y una pérdida de la visión global que un libro de análisis político está supuesto a tener. Con el suyo, Daremblum mantiene la virtud y supera el riesgo. Lo cuidadoso de la selección, la forma de organizar los artículos (no por cronología, sino temas), la interesante introducción, las notas de referencia y los mapas, logran que los artículos mantengan su autenticidad, pero a la vez hacen que el libro alcance una gran unidad conceptual en sus 404 páginas.
De Yalta a Vancouver logra convertirse así en una excelente guía a los desgarramientos y transiciones del mundo contemporáneo. Puede ingresar sin complejos en el mundo de los textos académicos, pero a la vez andar con soltura en el ámbito del testimonio y el deleite intelectual. Es, pues, un libro plural en contenido; también en públicos posibles. Es un esfuerzo exitoso que muestra caminos para otros comentaristas nacionales.
(Este artículo es una adaptación del prólogo del libro)