El ferrocarril es un invento que data del siglo VI antes de Cristo. El tren nace en las postrimerías del siglo XVIII, hijo de la Revolución Industrial, y la primera locomotora es fabricada en 1814. Eso por lo que atañe a la historia del mundo.
Pero Costa Rica –no lo olvidemos– no está en el mundo, y no vibra al unísono con el ritmo de la historia: ella optó por ser diferente en todos los parámetros concebibles de la cultura. Y es así como, a la altura de marzo del 2016, no ha logrado aún asimilar ese complejísimo aparato que bufa, pita, vibra, genera calor y rueda dócilmente sobre sus rielcitos.
Nuestro “tren”, a decir verdad, se trata de cuatro cajones mal amarrados, luchando por circular en medio de una ciudad rigurosamente disfuncional en su sistema vial. Es inferior en calidad al prototipo creado en 1814, y los rieles por los que se arrastra no alcanzan la calidad de los usados en Corinto, seis siglos antes de la venida del Redentor.
De esta obra maestra de la ineptitud y la chambonada, solo puedo asegurarles una cosa: su sirena emite un mi bemol, y ahí sí, puedo decirles que el trencito afina bien su notita. Acaso debería audicionar como corista para nuestra Compañía Lírica.
Lo he verificado mil veces: el trencito de marras entona a la perfección un mi bemol agudo, bien impostado, con buen vibrato y bello color vocal. Y ese es su único atributo, en la ya dilatada historia de los trenes del mundo entero.
Con un promedio de un accidente o avería por semana, nuestro tren ha chocado dos veces en el mismo día, y en un hecho que bien podría figurar en el libro de los Guinness, tuvo tres accidentes en un solo día.
Se descarrila, se encarama en los carros o muros, se vara, y ahora resulta que hay también personas que mueren misteriosamente dentro de los vagones. La verdad de las cosas es que la vueltita en nuestro tren debería ser anunciada y promocionada como “turismo de aventuras” o “turismo de alto riesgo”.
¿Por qué? Porque en efecto lo es. Si lo reconcibiésemos de esta manera, podríamos redituar de un volumen de usuarios ansiosos de adrenalina, sustos y situaciones extremas. Por desgracia, la noción de un asesino a bordo ya fue propuesta por Agatha Christie en “Muerte en el Expreso de Oriente”, y lo último que queremos es incurrir en plagio. Pero si no podemos llenarlo de asesinos y contratar a un Hércules Poirot folclórico para dirimir sus misterios, sí podemos venderlo como el tren más inoperante jamás creado, rodando sobre los rieles más retorcidos y chuecos que el mundo ha visto, en medio de las calles y aceras más ruinosas y traicioneras desde que el Tigris y el Éufrates decidieron “inventar” la civilización.
Ese “tren” somos nosotros. Ese tren lleva encapsulada en sus vagones a toda Costa Rica. Ese tren debería ya figurar entre nuestros símbolos patrios. Ese tren es el microcosmos en el que, por analogía holográfica, podemos “sentir” el insondable subdesarrollo mental de un país que se quisiera primer mundo, pero lleva veintiséis siglos de atraso en materia de infraestructura ferroviaria. Sí: ese tren es el holograma de una Costa Rica inoperante, disfuncional, postrada.
Otro caso: las arqueológicas excavaciones para hacer un huequito subterráneo que permita el paso de vehículos en la rotonda de Paso Ancho dieron inicio en setiembre del 2014.
Presumo que la parte procedimental de las expropiaciones que precedió a tan magna empresa fue agobiadora, pero ese es otro problema. El hecho es que hace año y medio los brazos cavan y cavan, en este neurálgico tramo de la radial.
Durante el invierno, el fangoso hueco se llena de agua y prohíja zancudos. Durante el verano se convierte en un polvazal. Con frecuencia paso por ahí, y veo a uno que otro casco que me sugiere la presencia de seres humanos in situ. Con sus 442 metros de altura, 102 pisos, 73 ascensores, 6.500 ventanas, 113 kilómetros de tuberías y 760 kilómetros de cable eléctrico, el Empire State fue construido en un año, ¡y ello con la tecnología de 1930!
¿Qué es el MOPT? Un chiste. ¿Y el Conavi? Pues otro chiste, ligeramente menos chistoso. Los hay que sueñan con construir un metro en San José (siquiera dos grandes vías axiales, orientadas de norte a sur y de este a oeste).
Si hemos de inferir cuánto tiempo nos tomaría tal empresa a partir de la odisea de Paso Ancho, la respuesta es que Costa Rica no tendría un metro antes del año 4550. Lástima, porque no hay absolutamente ninguna otra manera de descongestionar un área como la meseta central, sobrepoblada y limitada por las montañas, un hervidero humano pululando en una especie de caldero topográfico.
Nunca tendremos un metro, amigos y amigas: nos resta tan solo refugiarnos en la fantasía. Consultados sobre la inoperancia de los trabajos viales, los jerarcas de turno responden todos con la misma frase-comodín: “Bueno… es que hay un proceso que seguir, verdad, un proceso, ejem, pues sí, un proceso que no podemos acelerar”.
¿De qué maldito proceso hablan? ¿Será por ventura el de Kafka? No: la pesadilla de José K. no carecía de su onírica, opresiva poesía. La nuestra es una febril visión de embotellamientos que se dilatan en el infinito, un convoy de vehículos arrastrándose cual río de magma hasta el horizonte que las montañas aplastan.
Por lo que a nuestro tren atañe, es mi sentir que deberíamos dejarlo tal cual está. Generará leyendas, se convertirá en el núcleo de una mitología ferroviaria incomparable. Algún día hablaremos de él como lo hacemos hoy de la carreta sin bueyes… excepto que la carreta era más eficiente como medio de transporte.
Este tren es infinitamente más que un tren: es el triste correlato infraestructural de un país que no “rueda”, no tiene rieles, no sabe si sube o baja, carece de dirección, chirría atrozmente en cada vuelta, y… ¡casi lo olvido: está en mi bemol mayor!
La tonalidad del Concierto emperador y la Sinfonía heroica, de Beethoven. Pero nosotros no somos ni imperiales ni heroicos. A lo sumo buenas, pasivas, dóciles criaturitas, en perpetuo “estado de aguarde” (Unamuno), ya que no de esperanza (esta es activa, expectante).
¿Qué hacer? Riamos, riamos, que mientras seamos capaces de hacerlo no sucumbiremos a la fácil tentación del desencanto, el nihilismo o la violencia.
El autor es pianista y escritor.