Un par de economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) recién manifestaron que la austeridad excesiva que a los países altamente endeudados recomiendan algunos de sus colegas, a quienes llaman “neoliberales”, puede atentar contra el crecimiento de esos países y el bienestar de sus habitantes. Puede atentar, pero no tiene necesariamente que hacerlo.
Lo que sí es una verdad clara es que ningún país puede, año tras año, operar con déficit fiscal y ver aumentar su endeudamiento público sin que ello, más tarde o más temprano, tenga consecuencias funestas. Para explicarlo, conviene tener presente la experiencia de la Eurozona.
En solo una década, la Eurozona (los 19 países de los 28 que actualmente conforman la Unión Europea, que adoptaron por moneda el euro) se dividió en dos grupos: unos países que mantuvieron disciplina fiscal y otros, de los que dan al mar Mediterráneo, que no lo hicieron.
Los que no tuvieron disciplina elevaron su endeudamiento público –saldo de la deuda como proporción del producto interno bruto ( PIB)– a niveles insoportables.
Los mercados financieros no en vano comenzaron a penalizarlos por riesgo y a cobrar, por ejemplo en el caso de Grecia, tasas de interés superiores al 20% anual, para compensar por la posibilidad de no pago ( default ). Esto obligó a otros miembros de la Eurozona a dar respiración artificial a la economía griega.
Superávit primario. Una tasa de interés sobre los bonos soberanos superior al 8 o 9 por ciento es muy alta y ella hace que la carga de intereses se coma otras partidas de gasto del presupuesto nacional, como son los sueldos de los funcionarios públicos, las dedicadas a la reparación de caminos vecinales o a suplir servicios de educación, salud y seguridad pública.
Por tanto, es necesario que la tasa de interés baje y la mejor forma de hacerlo es que los presupuestos públicos muestren superávit, que permita abonar a las deudas y bajar su saldo. Cuando se procede de esta manera, quienes invierten en bonos del sector público se sienten más tranquilos y reducen las primas por riesgo.
El superávit que para estos efectos interesa es el denominado primario, que surge de restar a los ingresos los gastos exceptuando intereses.
Un superávit primario se puede generar bajando gasto, subiendo impuestos o mediante una mezcla de una y otra medida. En cualquier caso, el efecto a corto plazo será recesivo.
Aquí está el problema, porque si el denominador de la razón deuda/PIB no crece lo suficiente, o peor, si decrece, la citada razón tiende a elevarse.
Tres tesis. En la Eurozona se gestaron varias tesis. La primera, representada por la canciller de Alemania, Ángela Merkel, la mujer más poderosa de Europa, exige a los países deficitarios adoptar medidas de austeridad que sean lo suficientemente creíbles y fuertes como para bajar el endeudamiento a niveles razonables (por ej., 60 o 70% del PIB) en un plazo también razonable, por ejemplo, cinco o diez años.
Otros consideran que lo que procede es tomar medidas procrecimiento, que ayuden a elevar el denominador del ratio que nos ocupa.
Entre estas medidas están la liberalización del mercado laboral (como actualmente trata de hacer Francia), la eliminación de los resabios proteccionistas que presenten las economías (necesarias en el caso de Italia) y mejorar la infraestructura productiva.
Otros, como los voceros de los partidos izquierdistas de Grecia, se han rebelado tanto contra la austeridad como contra toda medida de ajuste estructural.
Para ellos, lo que procede es seguir gastando felizmente, pues sostienen que de esa manera se crearán empleos y no decaerán las economías. Claro que esta postura solo tiene en cuenta el plazo inmediatísimo. ¿Y después? El diluvio, porque el alto endeudamiento se tornará insoportable.
Gastos superfluos. La austeridad que ensayen los países altamente endeudados debe ser de alta calidad. Debe ser austeridad procrecimiento.
Los gastos de un sector público altamente endeudado que han de recortarse son los superfluos (por ejemplo, la viajadera al exterior de enormes comitivas y sin claros propósitos), los abusivos (salarios, pluses y pensiones de lujo) y los redundantes (muchos de los que se dan en el sector social, en donde varios entes públicos tienen las mismas funciones).
No debe, como sucede en Costa Rica, recortarse la inversión pública, pues entonces la economía tendería a estancarse.
Los ajustes fiscalistas, que se limitan a elevar la carga tributaria, también atentan contra el crecimiento y, por tanto, no son recomendables.
Como se ve, la austeridad y el crecimiento pueden, y deben, ir de la mano.
El autor es economista y escritor.