Año nuevo para cada persona y para el país. Es el momento de enderezar vidas y proyectos, rescatar valores y mejorar conductas. El tiempo pasa y tendemos a dejarlo todo para después. El tiempo es como el viento: pasa y no vuelve; si no lo aprovechamos, se convierte en un capital desperdiciado, en una esperanza rota.
Pasa el tiempo y aquello no se hizo: el puente y las calles no se arreglan… Tampoco olvidemos cuánto nos une e identifican la comprensión y el bien; este a veces consiste en cosas pequeñas, casi imperceptibles: una sonrisa, un abrazo cariñoso, un saludo, una ayuda material, un tiempo compartido, un consejo oportuno…
El 2017 es un año de campaña electoral, y sería bueno preguntarse qué han sido los candidatos y qué cosas concretas ofrecen en sus programas para mejorar el país. Cosa distinta son las promesas, casi siempre incumplidas o utópicas.
Pasaron ya cuatro años hablando de reforma fiscal, y nada se ha hecho. No podemos seguir posponiéndolo todo. La nación está cansada de tácticas y arreglos. Debemos empeñarnos en desterrarlos.
El comienzo del año es propicio para una revisión a fondo, porque podemos mejorar, nunca es tarde, sobre todo para aprovechar el tiempo. O sea, cambiar de mentalidad.
Vacío de Dios. En relación con nuestra sociedad, notamos –como en el mundo contemporáneo– un vacío de Dios que la autosuficiencia y la independencia –ingredientes de unos pocos– quieren esparcir y que se adopten como modo común de ser. Esto nos llevaría a un enfriamiento de nuestra temperatura espiritual y al crecimiento de este vacío. Los creyentes volvamos al camino. Recuperemos el sendero de la fe.
Cristo dijo: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3, 36). Tengamos presente las palabras de san Pablo a los cristianos de Roma: “El Evangelio es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Rom 1, 16). Y para el creyente de hoy, así lo explica Juan Pablo II: “La unidad de Cristo con el hombre es la fuerza y la fuente de la fuerza (…). Esta es la fuerza que transforma interiormente al hombre, como principio de una vida que no se desvanece, sino que dura hasta la vida eterna” ( Encíclica Redemptor Hominis, n.18).
Debemos transmitir la alegría de permanecer junto a Dios, y no junto al mencionado vacío contemporáneo, pues ni la cultura, ni la ciencia, ni el arte tienen palabras de vida eterna. Si los no creyentes se oponen, respetemos su camino, pero no los sigamos. Seamos ejemplares, estemos donde estemos.
Aclaración. Aprovecho la oportunidad para hacerle una aclaración a un estimado lector, en relación con mi artículo “Desplazar a una mujer” ( La Nación, 27/11/2016), relativo a la candidata norteamericana Hillary Clinton.
Confirmada la incorporación del aborto a su campaña electoral con posterioridad a la publicación de mi artículo, aclaro que desde ese momento ya fueron dos los candidatos repudiados.
Acerca de este menosprecio por la vida, anotamos: Nathanson, llamado el “rey del aborto”, convencido de que su praxis médica era cometer el crimen de un inocente indefenso, abandonó esa práctica y se convirtió en defensor de la vida, como lo somos muchos.
Esto lo cuenta en su libro La mano de Dios. Pero a nosotros los costarricenses nos hace falta observar más las leyes de la naturaleza, y no tanto apegarse al teléfono inteligente y navegar en Internet sentados en una silla. La naturaleza comunica sus misterios, mejora la salud mental, contribuye a llenar el citado vacío de Dios y a comunicarnos mejor. No perdamos la sensibilidad espiritual, esa que aleja del camino equivocado.
Año nuevo, vida nueva. Ojalá la alegría y la esperanza cristianas les sirvan a numerosas personas y que todos tengamos un año lleno de unión y comprensión, de respeto, libertad y paz, valores fundamentales para una convivencia con tono humano.
El autor es abogado.