Atacama es ahora un desierto floreciente donde brotaron sensaciones que creíamos olvidadas, los seres humanos volvimos a solidarizarnos ante las adversidades de nuestros semejantes.
A seiscientos veintidós metros bajo tierra, treinta y tres mineros se ganaban el sustento, cuando un violento derrumbe repentino los atrapó sin clemencia y la jornada de aquel día perdió su boleto de regreso.
La voz de alarma voló con los vientos del norte ochocientos kilómetros para llegar a Santiago y luego en todo el mundo fue noticia divulgada en grandes titulares para nada alentadores.
Pero en el espíritu del grupo siempre vivió la esperanza, eran fuertes las palpitaciones que brotaban de sus corazones y pronto sus señales de vida llegaron a la superficie, uniendo las oraciones del mundo con los planes de rescate.
¡Están vivos!, ¡están vivos!, ¡tenemos que salvarlos! Fue el clamor general en la nación chilena que hizo eco en la gente de los demás países y dio lugar a un abecé de posibles soluciones.
Por fin llegó el día y el momento culminante, el ducto de la perforación llegó hasta el yacimiento trazando un camino abierto a las entrañas de la tierra que hizo renacer las ilusiones de un planeta expectante.
Socorristas, funcionarios, familiares y periodistas, los deseos de todos viajaron encapsulados en sesenta y seis centímetros de diámetro concentrados, dentro del Fénix Dos atado a sus poleas, que al fin vio las estrellas en el cielo de Atacama.
Florencio, el primer rescatado, abraza a su hijo Byron; su esposa y el Presidente lloran de emoción. Chile y el mundo entero explotan de alegría, la humanidad jubilosa siente que vive de nuevo liberada del cautiverio donde vive enajenada.