¿Por qué 42 diputados aprobaron, el lunes pasado, en primer debate una nueva ley de licores, como si, en estos tiempos aciagos, urgidos de sentido común, este fuese un proyecto prioritario? ¿Qué fuerzas y personajes se mueven entre bambalinas para que, mientras arde el rancho, los diputados nos receten estas sorpresas?
Ahí están, haciendo cola, desde hace tiempo, el proyecto de ley sobre energía eléctrica, la nueva ley de tránsito, el plan fiscal, el ardid de las listas cerradas y la promesa de la Alianza por Costa Rica de reformar el reglamento de la Asamblea Legislativa, así como otros asuntos perentorios, sujetos a toneladas de mociones para entorpecer su avance; pero, de pronto, sin decir agua va, se impone la cultura solidaria del guaro. ¿Por qué?
Una razón atractiva es el predominio en el Parlamento de los diputados con mentalidad municipal, esto es, que anteponen el interés de los municipios al interés nacional. Un ejemplo aplastante de esta forma mentis fue el proyecto de ley, acogido con frenesí, sobre la transferencia de competencias del Gobierno a las municipalidades, el plato más exquisito de “la mesa servida” por la administración anterior y el disparate más aberrante en la historia institucional de Costa Rica, que dio lugar a “los goles” de media cancha anotados por el Ministerio de Descentralización, desaparecido del mapa político desde esas fechas.
Una cosa, sin embargo, es ser “municipalista” y otra, muy diferente, salir por los fueros gloriosos del gobierno municipal al calor de un proyecto sorpresivo y sin sentido orientado a “romper límites para vender licor”, en el que las razones aducidas para aprobarlo no guardan relación alguna con el contenido real del proyecto. ¿Por qué, por ejemplo, reducir la distancia entre una escuela y una cantina de 400 metros a 200 metros? Según esta lógica espacial, en el futuro los bares se instalarán en las aulas, y el cantinero sustituirá al profesor.
La eliminación de las restricciones para el otorgamiento de patentes, o de su número en un cantón, “les dará mayor autonomía a las municipalidades y así se eliminará el mercado negro (o blanco) de patentes de licor”. Así proclama un perínclito diputado. Si es cuestión de autonomía, inundemos de cantinas, más que ahora, los alrededores de las universidades y, si se trata de eliminar el mercado supercorrupto de patentes de licor, multiplicando su causa: las patentes, pues reforcemos, como principio general, las causas de los actos de corrupción para extirpar la corrupción.
En esta sorpresiva reforma no hay gato, sino tigre, encerrado'