Hugo Chávez fue un hechicero de multitudes. Sus peroratas exaltaban el ascenso de Venezuela en los escalones del poderío mundial. Aunque sus loas al petro-Estado eran vistas como bravuconadas sin asidero por los Gobiernos democráticos, las fogosidades retóricas del coronel entusiasmaban a las muchedumbres y aseguraban su permanencia en el solio de los Gobiernos autoritarios.
Con una billetera multimillonaria a mano, Chávez repartía los ingresos de las exportaciones petroleras entre quienes reclamaban el alimento diario y un edulcorante para las durezas de la vida cotidiana.
El fallecimiento de Chávez entreabrió el telón para dejar al descubierto un cuadro desolador, con distorsiones del mercado que se traducen en carencia de productos básicos. De la mano con un empeoramiento de las oscilaciones cambiarias, la inflación se aceleró y la carestía de alimentos y productos medicinales se agravó. Y ni se diga de la erosión de la confianza del pueblo.
La minitregua para las exequias de Chávez dio paso a la toma de posesión del ungido oficial, Nicolás Maduro, antiguo chofer del finado y luego su canciller y vicepresidente. Las obligaciones heredadas, además de grandes demandas sociales, incluían a un conjunto de entidades y Gobiernos foráneos. El caudal destinado para ese conjunto era considerado prioritario, aspecto subrayado por la nómina de los dignatarios que acudieron al funeral de Chávez.
Pero muy pronto Maduro debió cobrar conciencia de sus limitaciones ante la avalancha de pedidos y los choques con los candidatos cuyas aspiraciones presidenciales se vieron frustradas. Desde entonces, las perspectivas del presidente no han mejorado. A juzgar por el incremento de la represión interna, las cosas no andan bien. El tambaleo de Maduro ha empeorado y, junto con su comité político, ha optado por la fórmula, muchas veces utilizada por Chávez, de gobernar por decreto.
Sin embargo, habilitar al presidente para gobernar de esta forma debe contar con el apoyo de 99 legisladores. El bloque oficial asciende a 98, uno menos de los que demanda la ley. A la luz de la agitada situación institucional, hay dudas de si Maduro puede consolidar la mayoría necesaria con alguno de los pequeños partidos en el Parlamento.
Analistas dudan, además, de si Maduro posee la autoridad necesaria para mantener a flote el bloque legislativo oficialista de 98 diputados. Por eso reviste interés la campaña publicitaria lanzada por el grupo del mandatario: camisetas deportivas con la leyenda “Soy el 99”.
En diciembre habrá comicios municipales. Son numerosas las voces de quienes ponen en tela de duda si Maduro saldrá airoso de esa contienda.
En realidad, ya a estas alturas, oficiales y funcionarios del partido de Maduro debaten sobre la capacidad política del presidente para cumplir las tareas requeridas para vigorizar el programa legado por Chávez.
Sobra advertir que Maduro se encuentra en la cuerda floja. Si, en el ámbito interno del bloque oficial, el mapa de conflictos se mantiene inalterado, es remota la posibilidad de que el presidente logre transitar tranquilo por los difíciles senderos que le aguardan. Esa incógnita encierra la clave del futuro de Venezuela.