El país más grande y el segundo más pequeño de Sudamérica (después de Surinam) acudieron el domingo a las urnas, en sendas muestras de su salud democrática y con resultados esencialmente favorables a la continuidad, pero también con claras muestras de una reducción en el apoyo electoral a los sectores gobernantes. Las lecturas de ambos procesos pueden ser múltiples, pero la más clara es que los votantes desean ajustes en el curso de sus respectivos países, aunque en distintos grados en cada caso.
Brasil acudió a una segunda vuelta presidencial, en la que Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), fue reelegida con menos de dos puntos porcentuales de diferencia sobre Aécio Neves, del Partido Social Demócrata (PSD). En Uruguay, las elecciones generales permitieron al gobernante Frente Amplio mantener mayoría legislativa por el más estrecho margen posible, pero forzaron a su candidato, el expresidente Tabaré Vázquez, a enfrentarse al senador Luis Lacalle Poul, del Partido Nacional, en una segunda ronda, que se celebrará el 30 de noviembre.
La victoria de Rousseff le permitirá al centro-izquierdista PT sumar cuatro años más a los 12 que ya ha estado en el poder, un verdadero récord de continuidad. Sin embargo, el reducido margen del triunfo es señal de un aumento de la insatisfacción sobre su desempeño, algo que ya se había reflejado en los movimientos de protesta que sacudieron al país a mediados del pasado año, así como en el resultado de la primera vuelta del 5 de octubre, cuando la presidenta solo obtuvo el 41,6% de la votación.
A pesar de cuestionamientos en muchos ámbitos, Rousseff aún pudo capitalizar el apoyo generado por los exitosos programas sociales desarrollados por su predecesor y mentor, Luis Inácio Lula da Silva, sobre las sólidas bases económicas heredadas del socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso. Además, el país ha logrado mantener altos índices de empleo, todo lo cual ha permitido sacar de la pobreza a millones de personas y ampliar el mercado de consumo nacional.
Sin embargo, luego del alto crecimiento durante los ocho años de Lula y el primero de Rousseff, estimulado por incrementos en los precios internacionales de productos básicos de exportación, la economía brasileña primero se estancó y en el 2014 entró en recesión. El sector productivo, cada vez más inquieto por el intervencionismo estatal en la economía, ha reducido sus inversiones. Además, a pesar de que el fisco recauda un 36% del producto interno bruto, el Gobierno no ha podido mejorar sustancialmente la infraestructura, los sistemas de educación y salud muestran enormes rezagos, y la enmarañada burocracia dificulta la realización de proyectos públicos y privados. A lo anterior se han unido sucesivos, y cada vez más graves, escándalos de corrupción, que involucran al PT y a sus aliados legislativos, y una política exterior que se ha ido desdibujando en sus objetivos y alianzas.
Todos estos factores explican la pequeña diferencia entre los dos candidatos; sin embargo, al final prevaleció la satisfacción de amplios sectores favorecidos por los programas sociales y la esperanza de que la situación pueda mejorar. La gran pregunta que se abre es si Rousseff y el PT procesarán de manera adecuada el significado de los resultados y si serán capaces de realizar ajustes significativos en política económica y comercial.
Uruguay también ha estado gobernado, durante diez años, por una coalición centro-izquierdista, pero de índole mucho más pragmática y liberal que el PT. Tanto Tabaré Vázquez (2004-2009) como su sucesor, José Mujica, apostaron a la apertura económica, la estabilidad, la transparencia y la diversificación productiva, y generaron saludables índices de crecimiento y confianza entre los sectores empresariales y profesionales. Los temas más polémicos de la campaña fueron la seguridad ciudadana, la calidad de la educación, y la ley que legaliza y regula la producción, venta y consumo de marihuana. Además, la discusión ha evitado, al menos hasta ahora, los extremos de confrontación que se produjeron en Brasil.
Vázquez obtuvo un cómodo 47,9% de apoyo; Lacalle Pou, el 30,96%. Es decir, el mensaje de cambio ha sido mucho más tenue que en Brasil, y la posición del oficialista se ve muy sólida para la segunda ronda, aunque tampoco puede descartarse un triunfo opositor. En cualquier caso, Uruguay transita por un sendero más estable, consensual y promisorio que el de Brasil, el cual difícilmente será alterado de forma significativa por cualquiera de los dos candidatos. Es una clara muestra de su condición como el país políticamente más maduro de Sudamérica, del que tanto pueden aprender otros.