Alemania es el país próspero por excelencia, admirado por su pujanza y avances para beneficio de sus ciudadanos y, también, de la comunidad internacional. Su continuo progreso es motivo de aplausos y hasta de alguna envidia en el concierto de naciones. Y la portadora de la antorcha germana ha sido, en los últimos doce años, la canciller, Ángela Merkel.
No hay duda de que la Merkel es hoy la figura emblemática del progreso europeo, dinamizado por el “milagro alemán” de la posguerra, del cual su gobierno ha sido una meritoria continuación. Al timón de la usina germana, el público mundial reconoce en la Merkel —una química física procedente del este alemán— a una figura inspiradora. Su carrera política es testimonio de valor y perseverancia.
Hace doce años, fue escogida canciller como resultado de complejos arreglos electorales. El trasfondo de aquel entonces era más auspicioso. En la actualidad, partidos nacionalistas con peligrosas líneas de pensamiento han visto crecer sus reservas parlamentarias. El problema migratorio encarado por la Merkel atiza la crisis. De poco valieron las seguridades dadas por ella de asentar a los refugiados en zonas distantes y poco habitadas.
De la mano con resultados económicos menos alentadores, que afligieron a los países europeos en diversos grados, la canciller también se vio confrontada por rupturas y disensiones en el seno de la Comunidad Europea.
Los socialdemócratas (SPD) alemanes han cogobernado bajo el toldo conservador de la coalición de la Merkel desde el 2013. No obstante, el líder de ese partido, Martin Schulz, interpretó sus desastrosos resultados en las elecciones del 24 de setiembre —los peores de la posguerra—, como una demanda insoslayable de las bases de la agrupación para unirse a la oposición. Un llamado de atención de la cúpula le recordó que la presente dinámica podría también barrerlo a él y la dirigencia del SPD comenzó a contemplar como preferible la permanencia al lado de la canciller que un riesgoso llamado a una nueva elección general.
El titubeo acrecentó las dificultades encaradas por Merkel al intentar la renovación del gobierno de coalición. Ahora, los pronunciamientos del SPD y de las tiendas conservadoras insisten cada vez más sobre el imperativo de acogerse a la coalición a fin de evitar elecciones generales.
Hay mucho en el tapete para aventurarse a los nuevos comicios. La renovación de la coalición, aislando a la peligrosa fuerza nacionalista Alternativa para Alemania, también se dificulta por la apertura percibida por los centristas demócratas libres para avanzar su causa.
La decisión final de la mayoría de los partidos podría demandar semanas. Paciencia es la receta del momento y la Merkel es experta en la lectura del cronómetro político. La espera en Alemania nos atañe a todos. Si Ángela Merkel se ve debilitada, incapaz de formar gobierno y quizá obligada a encabezar uno de minoría, la unidad europea sufrirá un nuevo menoscabo, luego del respiro proporcionado por varios procesos electorales del continente y la victoria de Emmanuel Macron en Francia, que promete un fortalecimiento de la yunta francoalemana a la cual tanto debe la Unión Europea.
Una Europa próspera y sin fisuras es esencial para la paz y el progreso del mundo, en especial ahora que Estados Unidos toca retirada y potencias con aspiraciones hegemónicas aprovechan toda oportunidad de incrementar su influencia. Un gobierno sólido en Alemania es importante para mantener esas condiciones.