La guerra en Siria no es un conflicto local. Todo lo contrario. En Siria hoy coincide una multitud de guerrilleros y terroristas capaces de saltar a otros destinos. Hasta jóvenes norteamericanos han sido cautivados por Al-Qaeda para combatir en la insurgencia siria. Hoy Siria y, mañana, batallas ignotas.
Lo que sucede en Siria, y los peligros que entraña, se alimenta de factores que responden a la historia y a las situaciones imperantes tras las guerras en Iraq y Afganistán. Durante la campaña presidencial estadounidense del 2008, Barack Obama, un joven senador por Illinois y, para entonces, candidato del Partido Demócrata, le dio trascendencia mundial a su tesis del contraste de la guerra de Iraq con la de Afganistán. A juicio del postulante, y haciéndose eco de una fuerte corriente de opinión en las tiendas demócratas, el conflicto en Iraq fue impulsado por los republicanos conservadores a pesar de carecer de sustento real. En cambio, argumentó el candidato demócrata, la guerra en Afganistán sí fue necesaria a la luz de los hechos terroristas del 11 setiembre del 2001.
Las fuerzas militares estadounidenses, bajo el mando del general David Petreus, plasmaron en Iraq un cese de hostilidades que, apoyado por la reconciliación de las jefaturas tribales chiitas y sunitas, condujeron al retiro de los contingentes norteamericanos y británicos en el 2011. Entre tanto, las hostilidades en Afganistán requirieron aumentos de tropas hasta pacificar las regiones de mayor trascendencia para la atmósfera política afgana. No obstante, una escalada de ataques talibanes en dichas zonas demandaron la continuidad de la presencia militar de Estados Unidos hasta el presente año.
El retiro de las fuerzas estadounidenses de Iraq fue precedido por un intento de Washington para mantener una reducida presencia militar en ese país que permitiera continuar el adiestramiento de las fuerzas iraquíes. Algo similar se está intentando ahora en Afganistán. En el primer caso, las autoridades electas rechazaron la propuesta. En el segundo, parecen seguir un curso similar.
En el escenario sirio, hace tres años, las protestas cívicas exigían una modesta participación en la vida política del país. La satrapía de Bachar al Assad, iniciada por su padre, Hafez al Assad, decidió aplastar las demostraciones con acciones violentas de la Policía y el Ejército. Este giro desembocó en alzamientos aislados hasta alcanzar las dimensiones y la efectividad de fuerzas armadas que rápidamente se extendieron por todo el país. Moscú y Teherán vinieron en auxilio de la dictadura con armas, e Irán aportó guerrilleros fogueados en diversos conflictos de la región. Unidos por la filiación chiita, la defensa del despotismo de Damasco devino en una especie de guerra santa apoyada por modernas armas rusas.
La intensificación de la guerra en Siria pronto involucró al Líbano y también a Iraq, convertido, de hecho, en un protectorado iraní. En cuanto al Líbano, la hegemonía chiita fue lograda mediante milicias que han mantenido una cuasi dictadura en esa nación subordinada a Irán. En el caso de Iraq, el presidente Nouri al Maliqui, de la corriente chiita, ha abierto las cicatrices de la guerra hasta hace poco librada. La creciente presencia iraní sugiere vínculos cada vez más estrechos con el actual Gobierno. Un reciente viaje de Maliqui a Washington para implorar ayuda fue visto por destacadas figuras sunitas como una treta publicitaria para desanimar a los opositores en las próximas elecciones.
La guerra en Siria ha alcanzado una intensidad imprevista, visible en el bombardeo continuo de barrios en ciudades donde podría haber insurgentes. La niñez, en particular, ha sido victimizada por la dictadura. Toda la escena siria es dolorosa y miles de refugiados han abarrotado la frontera con Turquía. Sin duda, Siria es hoy el fuego central de la hoguera en el Cercano Oriente.
Ahí se han congregado guerrilleros de todo el mundo, en cuenta Al- Qaeda a la cabeza de una maraña de individuos y grupos terroristas. Son elementos que viajan para involucrarse en conflictos bélicos de todo tipo en diversos puntos del globo. La posibilidad de que aparezcan en Israel, en capitales europeas o en Estados Unidos y Latinoamérica es un peligro real y constante. No debe sorprendernos la preocupación generalizada en torno a los acontecimientos en Siria.
Numerosos analistas achacan las dimensiones de esta ola de violencia a la precipitación con que Estados Unidos se despidió de Iraq y, ahora, de Afganistán.
Es cierto que los gobernantes de estas naciones rechazaron las ofertas de Washington, pero igualmente Estados Unidos no expresó razones para insistir. Esta actitud se traduce hoy en un vacío de poder en la zona que fuerzas oscuras no han dudado en llenar. He ahí las sendas imprevisibles de la guerra y la paz.