El ajustado margen por el cual el Partido Popular (PP) venció en las elecciones legislativas españolas del domingo último constituyó una sorpresa que vierte una sombra de indefinición en torno al nuevo Gobierno. Los sondeos de opinión perfilaban un triunfo amplio y sólido de la agrupación conservadora liderada por José María Aznar, suficiente para otorgarle una mayoría absoluta en el Parlamento y, consecuentemente, el control pleno del Ejecutivo. Al fin de cuentas, trece años consecutivos de mando habían erosionado el caudal electoral del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), jefeado por Felipe González, fenómeno agudizado por una serie de escándalos financieros y denuncias de corrupción oficial. Tal deterioro ya fue evidente en los comicios de 1993. Asimismo, contribuía a la impopularidad socialista el alto desempleo que agobia a España, el cual, cercano al 22 por ciento, destaca entre los países miembros de la Unión Europea.
Con este trasfondo, no era dable anticipar el estrecho desenlace del domingo. La derrota socialista se produjo por menos de dos puntos y el PP ha quedado muy lejos --alrededor de veinte bancas-- de los 176 escaños requeridos para dominar el Parlamento de 350 diputados. De cara a dichos números, Aznar deberá abocarse a forjar una coalición con otras agrupaciones, proceso que inició de inmediato. Esto, sin embargo, no será fácil. Los potenciales socios, la Convergencia i Unió (CiU) catalana y la liga de Islas Canarias, en el pasado mantuvieron alianzas con el PSOE y durante la reciente campaña protagonizaron acres choques verbales con el PP.
En cualquier caso, plasmar la mayoría necesaria para formar Gobierno conllevará transar en cargos ministeriales y en programas, giro que presagia debilitar aún más a Aznar. Y en una situación tan fluida, tampoco cabe descartar que eventualmente González aspire a constituir Gobierno con las entidades de izquierda. Los mercados, siempre sensibles a los vaivenes de la política, han reaccionado a esta incertidumbre con una caída de la peseta y de los títulos estatales. Persiste, desde luego, la interrogante sobre los factores que mermaron la dinámica hacia el cambio y negaron a Aznar el cómodo margen vaticinado por las encuestas. Uno de ellos, sin duda, es la figura de González, quien ha desempeñado un papel crucial en el florecimiento de la democracia y en la modernización económica de España. Aunque polémico y sumido últimamente en controversias, es innegable que continúa ejerciendo una considerable influencia cívica. A ello se suma la eficiente maquinaria política socialista, de larga tradición y probada disciplina, cuyo desempeño ha sido esencial en los logros electorales del PSOE.
Con todo, Aznar consiguió aventajar a González en las urnas y eso, además de satisfacer las aspiraciones de cambio compartidas por importantes sectores, abre espacios para llevar a la práctica las iniciativas anunciadas por el PP a lo largo de la contienda. En especial, la prometida renovación ética, de producirse, restauraría la maltrecha confianza del público en las instituciones. De igual manera, es de esperar un mayor énfasis en fórmulas económicas que fortalezcan el sistema de mercado y reduzcan las secuelas intervencionistas de los gobiernos del PSOE. Sin embargo, concretar la ambiciosa agenda dependerá de la habilidad de Aznar en integrar la alianza mediante la cual ascienda a la Presidencia.