EscucharFuera del Valle Central, existen cantones donde la promoción en las pruebas de bachillerato apenas alcanzó el 42% el año pasado. El sistema educativo le falló a la mayor parte del 58% restante. El fracaso no es de los estudiantes, sino del sistema y, también, del país. La coincidencia entre las bajas promociones y la geografía más castigada por la pobreza es absoluta. El mapa publicado el lunes por La Nación es una representación gráfica de dos Costa Ricas y llama a la reflexión.
Las desigualdades económicas entre el Valle Central y regiones como Limón, Aguirre y Upala son profundas y responden a razones incubadas a lo largo de nuestra historia. La persistencia de iniquidades educativas es una fórmula segura para perpetuarlas. Si el país no ha logrado suplir la infraestructura y el dinamismo económico necesario para sacar adelante a las regiones más castigadas por la pobreza, tampoco está dotando a sus habitantes de las destrezas necesarias para contribuir con el desarrollo.
Leonardo Garnier, ministro de Educación, explica el contraste a partir de tres fenómenos fáciles de constatar. Primero, señala las condiciones de vida de los educandos y en particular su entorno familiar y cultural.
En este sentido hay una tarea urgente, cuya ejecución exigirá el transcurso del tiempo, la extensión de las políticas sociales y un esfuerzo en pro del desarrollo económico, pero la educación en sí misma es un punto de partida indispensable.
Las otras dos razones están más directamente relacionadas con las condiciones actuales del sistema educativo. En muchas escuelas y colegios rurales las jornadas son más cortas. Es decir, paradójicamente se invierte menos tiempo en la formación de los estudiantes más necesitados. Por otra parte, los maestros mejor calificados no muestran interés por las plazas existentes en regiones alejadas del Valle Central. De hecho, el desinterés no solo es palpable en los mejor calificados.
Unos 37.000 docentes concursaron por las 5.500 plazas en propiedad ofrecidas para el año entrante por la cartera de Educación. No hay espacio para todos y la matemática indicaría que unos 31.500 fracasaron en el intento, pero el número de maestros resignados a seguir en puestos interinos asciende a 32.000, porque del total de plazas hay 500 que no interesaron a nadie. Son plazas en la zona rural.
La estabilidad laboral producto de un nombramiento en propiedad y las ventajas salariales ofrecidas a quienes trabajan en zonas alejadas no bastan para vencer la reticencia a enfrentar los inconvenientes, que incluyen desplazamientos por terrenos difíciles, viajes en lancha y separación de los familiares.
El reto es extraordinario, pero también las razones existentes para enfrentarlo y, por lo visto, las medidas necesarias. El reclutamiento de estudiantes locales con vocación docente, la concesión de becas y apoyo para cursar la carrera, así como el mejoramiento de la compensación, están entre las acciones posibles. Sin embargo, Guillermo Vargas, exministro de Educación y presidente del Sistema Nacional de Acreditación de la Educación Superior, alerta sobre un escollo todavía mayor: la calidad de los graduados en la materia.
“Mi mayor angustia es que muchas veces nuestros docentes ni siquiera manejan los elementos básicos que deben enseñar a los estudiantes, pues hay una proliferación masiva, casi criminal' de graduación de educadores”.
En suma, pocos quieren enseñar en las zonas más remotas, los docentes mejor calificados no pasan del Valle Central y aun ahí no hay garantía de calidad en virtud de los profesionales formados en nuestras universidades.
La pobreza se refuerza a sí misma y el ciclo no tendrá fin mientras el país contemple el espectáculo sin voluntad de emprender un esfuerzo, quizá heroico, pero absolutamente necesario.
