Martin Amis cuenta: “De noche en las ciudades, lo noto, hay hombres que lloran en sueños y luego dicen nada. No es nada. Solo una pesadilla.” Así, rebajan la veracidad o la significación del sueño a la condición de simple pesadilla, de un mal sueño.
No obstante, algo oculto habrá en nuestra personal trastienda, como explican los psicólogos, quienes son los que más saben; algo que habla en el sueño a cada uno como si fuera un interlocutor que nos dice cosas veraces y sensatas, pero que para hacerlo emplea medios torpes, turbios o incoherentes que obstaculizan nuestra comprensión; un interlocutor del que no hacemos caso: muy pronto optamos por desembarazarnos del sueño y de la memoria que nos deja.
Ya es extraño el hecho de soñar, dijo Borges, y ha repetido que es asombroso que cada mañana nos despertemos relativamente cuerdos después de haber pasado por el laberinto de los sueños.
Es cierto. Pero también es cierto que cada día nos despertamos de los sueños para sumergirnos en lo que tiene de pesadilla la realidad, aquellos episodios que nos producen singular agitación, temor o pesadumbre.
¿Conviene dejarlos pasar, reparar solo anecdóticamente en ellos con superficial aprensión, porque después de todo son cosas que les ocurren a los demás y que en definitiva no nos conciernen? ¿A qué clase de episodios me refiero concretamente? Pondré dos ejemplos, referentes a hechos acaecidos en estos días, que rescato de la obsolescencia a que seguramente están destinados.
Uno, el caso del niño de ocho años, ¡ocho años!, atacado por un cocodrilo y presumiblemente arrastrado a su guarida o vaya a saber dónde. Me agobia el horror inimaginable del suceso, la percepción que el menor tuvo, las circunstancias en que se produjo, la angustia y el dolor de los involucrados más cercanos. Solo puedo sentir compasión y solidaridad, que de poco sirven. No me pasa por la cabeza hacer reproches, para lo que no tengo autoridad ni tendría justificación ni sentido. Para comenzar, la prevención de hechos como este es tarea institucional.
Otro es la muerte de un adulto mayor, a causa de una golpiza propinada con un bate de béisbol por un motivo baladí (La Nación, 3 de octubre). ¿Cómo prevenir las consecuencias, en víctimas y victimarios, de esa estúpida rabia que con imprevista frecuencia nos embarga?
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPIlegal.