Tarde de lluvia macondiana. Al acercarme a su casa veo que Carlos me espera bajo el alero de la fachada. Tan pronto lo veo, le pido al taxista que se detenga frente a él. La lluvia se ensaña contra mí, justo en el momento en que bajo del vehículo y abrazo a mi queridísimo exprofesor. No lo he visto en dieciocho años. Informalmente, es “el profe de estuches”. Formalmente, don Carlos Hernández, profesor de Estudios Sociales en el Liceo Franco-Costarricense, entre los años 1971 y 1989. Uno de nuestros grandes pedagogos. No solo fue nuestro instructor de Estudios Sociales, sino también nuestro “profesor guía”, el maestro que nos orientaba más allá del ámbito académico, en nuestras atribuladas vidas de adolescentes y estudiantes.
Carlos me recibe sonriente. Apenas puedo advertir cambio alguno en su rostro y su cuerpo ágil, juvenil. Después del abrazo fraterno y sentidísimo, nos instalamos cómodamente en la sala. En torno a una mesita circular construida con bellas maderas costarricenses, comenzamos a evocar ese tiempo que, al decir de algunos, también es circular y reedita cíclicamente el curso de nuestras vidas.
No tengo grabadora ni micrófonos de ninguna especie —los detesto—. Le cedo la palabra a Carlos y me limito a tomar notas en mi cuaderno de apuntes. Su rostro se enciende al evocar a Viviana Gallardo. Habla desde el epicentro del alma, con cariño y melancolía que se le suben constantemente a los ojos. Ora frunce el ceño con expresión de profundo dolor, ora ríe al reconstruir a través de las imágenes a su amada alumna. Habla con entusiasmo, con devoción. He aquí, poco más o menos, sus palabras.
“La recuerdo con profundo cariño, no hubo entre nosotros espacio para el menor reproche. Yo la quería diáfana, limpiamente. Era una alumna distinguida y, sobre todo, diferente. Diferente por sus inquietudes sociales y políticas. Su inteligencia estaba en un nivel superior al de los demás compañeros. No era una chiquilla común y corriente. Ante el mundo tenía una actitud siempre crítica. Era todo menos conformista. Estaba por el cambio.
”Era una noción muy importante para ella. Cambio del établissement político del país. Para Viviana, la sociedad y el orden establecido existían para ser radicalmente revisados. No se conformaba con las ideas recibidas y la mitología patriótica: todo, en la sociedad, era digno de suspicacia y de examen crítico. Yo me divertía muchísimo con ella porque para mí las inquietudes existenciales de los estudiantes, políticas, sociales, religiosas, futbolísticas, lo que fuera, eran tan importantes como su rendimiento académico. Conversando con Viviana, aprendí que el estudiante no es un ente puramente receptivo, sino un productor de pensamiento. Un profesor puede aprender tanto de sus estudiantes como ellos de él.
”Viviana era una buena niña. Y una buena compañera con sus compañeros. Sus preguntas siempre sacudían, generaban polémica. Ella plantó en mí las semillas de una comprensión diferente del alumno. Mucho tiempo después de su partida, esas semillas fructificaron. Sí, era una estudiante polémica, controversial. La estoy viendo, de pie entre las hileras de pupitres, las manos en la cintura, defendiendo algún punto de vista. Era una magnífica defensora de sus principios. Dueña de sus ideas. Creo que después de la caída de Somoza, el torbellino de la Revolución sandinista la arrolló y la llevó a radicalizarse más de lo que era prudente. Tenía mucho carácter, mucha firmeza. Cierto que discutía con vehemencia, pero también era un alma noble.
”Siendo una mente brillante, no se dedicó a coleccionar notas de cien. Ella estaba por encima de esas tonterías. No necesitaba galardones para sentirse satisfecha consigo misma. Recuerdo comentar con ella Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, y Para leer al pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart. Fueron verdaderos clásicos del pensamiento político durante la década de los setenta: libros que proponían una revisión integral de la ideología burguesa, tal cual se expresaba, por ejemplo, en las creaciones de Walt Disney.
”Viviana era admirable por su consistencia: no se quebraba. Imposible no preguntarse hasta dónde hubiera podido llegar de no haber sido asesinada a los dieciocho años de edad. Estaba destinada, creo yo, a ser una gran figura política. A nosotros, los de nuestra generación, nos educaron muy mal. Nos enseñaron a ‘ver, oír y callar’, a cultivar el conformismo, a ser dóciles y obedientes. Pero una cosa es segura: Viviana no vino al mundo para ‘ver, oír y callar’. ¿Agacharse, bajar la cabeza, no denunciar la injusticia social? ¡Eso no era para Viviana! Como Sócrates, Viviana era una provocadora, una suscitadora de inquietudes. A Sócrates lo condenaron por haber pervertido el pensamiento de su tiempo… pero siquiera lo enjuiciaron. A Viviana, en cambio, la asesinaron sin proceso, sin dictamen, sin ceremonia alguna.
”Yo siempre fui socialdemócrata y liberacionista militante mientras Liberación representó esta línea de pensamiento político. Mi ideología no coincidía con la de Viviana, que era mucho más roja que yo. Pero jamás choqué con ella, nunca traté de imponerle mis ideas políticas. Mi amistad profunda con varios distinguidos francmasones me ha llevado a entender muy bien la importancia de la tolerancia, del pluralismo. No, jamás intenté ‘convertir’ políticamente a mis alumnos. ¡Viviana era una muchacha tan disciplinada, tan formal! Ardiente defensora de sus ideas, pero siempre dentro de una impecable disciplina dialógica. No atropellaba a la gente, no la aplastaba con el fárrago de sus ideas.
”¡Era una muchacha tan bien presentada, tan pulcra: nunca la vi fachosa o descuidada! Usted sabe, Jacques, uno como profesor aprende a ‘leer’ a sus alumnos. Cuando se paraban en fila, antes de entrar a la clase, yo me fijaba en silencio en su apariencia física. Los zapatos, en particular, decían mucho de los estudiantes. Ahí donde se veía el calzado limpio, las medias bien subidas, los cordones correctamente amarrados, uno podía saber que el muchacho o la muchacha venía de familias funcionales y relativamente felices. ¡Pero cuando los zapatos estaban sucios, rotos o desamarrados, yo sentía de inmediato los signos de una familia desintegrada o asfixiada por las necesidades económicas!
”Yo observaba mucho a mis alumnos. Viviana era un modelo de presentación, de limpieza, de educación. Fue una muchacha que honró a sus padres, que honró a sus profesores, y que se honró a sí misma. Nunca tuve disensiones con ella: su sola apariencia inspiraba respeto. Era una niña valiente, muy valiente. Íntegra, ‘de una pieza’. Cuando la prensa, la radio y la televisión empezaron a presentarla como una criminal, yo me sentí muy consternado, y muy impotente… Ver a todos esos ignorantes, a esa gente tonta y desinformada consumiendo la ‘mercancía’ Viviana, la falsa imagen que de ella se creó… Fue muy duro, muy duro, Jacques”.
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La lluvia no había hecho otra cosa que arreciar, durante nuestra conversación. En el momento de despedirme de mi profesor, los noticieros reportaban la inundación de varias zonas de la capital, y el desbordamiento de numerosos ríos en todo el territorio nacional. “¡Ah, esta Viviana, ahora transformada en tormenta tropical!”, pensé. Carlos se quedó en el umbral de su casa, con los ojos llenos de recuerdos y el alma en pasado bemol menor.
Prometí que pronto lo visitaría nuevamente, y acordamos que, por principio, no deberíamos en el futuro dejar pasar un mes sin vernos. Gran hombre, gran profesor, gran ser humano. Su vida ejemplar y heroica bien merecería ser narrada… pero eso es algo de lo que nos ocuparemos después.
El autor es pianista y escritor.