Preservar la cultura productiva

Partiré de una pregunta esencial: ¿Cuánto tiempo es necesario para forjar una cultura productiva como la agropecuaria?

A la luz de la estadística, la respuesta es siglos. Cientos de años en los cuales de generación en generación se van forjando las destrezas, el capital y los conocimientos para labrar la tierra, e impulsar el agro, la agroindustria y el desarrollo ganadero.

¿Cuánto nos ha costado nuestra capacidad agropecuaria, que en buena medida sostiene a la Costa Rica profunda de la que depende aproximadamente el 35 % de la población?

La agropecuaria es una cultura productiva ancestral, pero influida por una poderosa élite de importadores desde hace varias décadas, y con mayor fuerza ahora, la clase política promueve iniciativas que tienen el potencial de derrumbarla, y una vez que la perdamos, será casi imposible restaurarla.

Cuando Cuba desmanteló su actividad empresarial y profesionales, expertos y empresarios huyeron, se perdieron para siempre las destrezas, los conocimientos y los recursos empresariales.

Aun si en Cuba se instaurara la democracia, al gobierno le sería imposible restablecer su economía empleando únicamente a los cubanos residentes en la isla, y se vería obligado a convocar masivamente personal extranjero para restaurar su tejido empresarial.

Caída en la producción

La apertura del arroz, frijoles y maíz causó entre el 2022 y el 2023 una disminución de casi el 30 % de la producción de granos básicos y un 50 % del área sembrada, una afectación básicamente para medianos y pequeños productores.

Según el Ministerio de Hacienda, el 91 % del arroz empezó a traerse de Suramérica y, pese a que el Estado en el 2022 y principios del 2023 dejó de percibir ¢7.000 millones en aranceles, los precios no reflejaron la rebaja del 8 % prevista. Más bien aumentaron.

A lo anterior, se suma el hecho de que las actividades productivas cuando se detienen arruinan otras que las acompañan, por ejemplo, la siembra de melón era sostenible porque alternaba con la de granos básicos.

Al desplomarse los granos básicos, se trajo abajo el melón. Otro caso es el de los vendedores de insumos agrícolas, que dejan también de mover la economía.

Según informes de prensa, a comienzos del 2023, el cierre de operaciones de la empresa Agroinsumos de la Península, de gran importancia en Guanacaste, provocó la pérdida de insumos millonarios. Solo una de sus cosechadoras poseía un valor promedio de $400.000 y sus tractores para la siembra eran igualmente valiosos. Una tragedia productiva.

En el pasado, el país contaba con un enorme empuje productivo, pero, debido a la manía de dar exagerado énfasis a la importación, entre el 2022 e inicios del 2023, según informes del Banco Central, desmejoraron los indicadores de las actividades agropecuaria, de la construcción y la manufacturera.

El régimen definitivo (fuera de las zonas francas) apenas crece un 1 %. Por más avance tecnológico, la economía depende del dinamismo de los sectores primarios, pues son la base.

Es aún más grave si lo medimos a la luz del último censo: sumando la actividad industrial a la agrícola, casi el 35 % de la población trabajadora depende de ambas, y fuera de las cuatro urbes principales del área metropolitana la dependencia es mayor.

Entre arroz, frijoles, yuca, café, palma, azúcar, teca y melina, sin tomar en cuenta el banano, hasta hace unos pocos años teníamos una producción agrícola de casi 6 millones de toneladas métricas anuales.

Lejos de despreciarla, debimos mejorar la actividad agroindustrial por medio de la asistencia financiera y técnica, y el uso de tecnología, como en Israel y los Países Bajos, pequeños como el nuestro pero potencias en este campo.

Importancia de la agricultura

Desde hace algunos años, ese tipo de políticas se justifican con un prejuicio ideológico, según el cual la agricultura es una actividad poco rentable y los salarios son malos.

Otro argumento de fondo es que lo importado es más barato y, por tanto, no amerita producirlo, pese a que de la promoción de importaciones a gran escala resulta obvio que los precios, como los de los granos básicos, no bajaron y, por el contrario, tendieron al alza.

Esos argumentos, en ocasiones esgrimidos para facilitar los negocios de financistas amigos de aquellos que llegan al poder, contradicen la realidad en países industrializados, donde la actividad agrícola es indispensable y protegida.

Para Israel, Estados Unidos, Canadá o Brasil, es vital y apoyada por los gobiernos, pues un país que se precie de pretender el desarrollo integral protege al agricultor, aunque haya logrado conquistar su riqueza gracias a otro tipo de actividades, como la industria tecnológica.

Son conscientes de que una vez que la cultura agrícola desaparece, se pierde un tesoro que no regresa nunca más. Aquí, por el contrario, otra de nuestras inconvenientes estrategias fue el intento de firmar un tratado único con otras potencias agrícolas, como México, Chile y Colombia, donde se eliminaban las cláusulas de exclusión que permitían excepciones para proteger la actividad agropecuaria nacional. El desmantelamiento productivo, por tanto, debe detenerse ya.

fzamora@abogados.or.cr

El autor es abogado constitucionalista.