Columnistas

Polígono: Camelicidio

Mi condición de ‘dromodante’ retirado contribuyó a mi indignación al saber que en Australia, por razones ecológicas, a los descendientes de los dromedarios los están matando hoy a tiros.

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Década de los cincuenta. Llevábamos vida de cuartel en una escuela politécnica al oeste de la provincia de La Habana. Los becados pasaban los fines de semana con sus familias, pero un significativo número —cubanos de provincias alejadas y nosotros los extranjeros— no podíamos descansar tan fácilmente de la disciplina militar. Así las cosas, integramos una pequeña barra e ideamos una manera económica de vagabundear como asnos perdidos: algunos sábados salíamos de paseo a pie, llevando lo indispensable para mantener la barriga llena y el corazón contento, visitábamos pueblos y haciendas, y pasábamos una noche en descampado para estar de vuelta el domingo, justo antes de la cena. Según los exagerados, la más larga de aquellas caminatas fue de más de 50 kilómetros. Lo dudo, pero lo importante es que hacíamos un turismo poco contaminante y, lamentable para ellos, nada lucrativo para los propietarios de fondas y posadas.








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