La democracia no está en su mejor momento. Durante 15 años consecutivos se ha dado un sistemático deterioro democrático que marca un contraste con el sueño despertado cuando cayó el muro de Berlín. Aquel parteaguas quedó como referencia obligada del fin de la distopía comunista. Varios acontecimientos parecieron confirmar que nacía una nueva era.
Primero fue la globalización. La revolución de las tecnologías de comunicación fue simultánea. Conectividad mundial, liberalismo económico, democracia política y apertura comercial son pilares del desarrollo contemporáneo. Pero no eran parte de un mismo paquete político. La historia no había dicho su última palabra.
La ruptura de la Unión Soviética no fue la victoria definitiva de la democracia liberal. Sobrecogida por el caos de sus primeros pasos, la adhesión rusa a la democracia terminó como esqueleto formal, sin alma. Los países de religión musulmana tampoco la vieron como opción viable. Las primaveras árabes no pasaron de buenas intenciones. Cada intento de cambio de régimen por la fuerza resultó en guerra interminable. La ola migratoria de esas pugnas asedia a Europa y despierta en ella sus peores instintos nacionalistas.
China había comprendido, en 1978, las ventajas de la economía de mercado. El caos soviético le sirvió de contraejemplo para ser prudente y su «socialismo de mercado», sin cambios políticos, ha sido exitoso. Según el Banco Mundial, dos tercios de la disminución de la pobreza en el mundo se produjo en China, bajo un sistema político diferente a la democracia liberal.
En todos lados hay retrocesos. En Asia, el golpe de Estado en Myanmar encarna ese repliegue. Prácticas electorales figurativas apenas esconden el menoscabo democrático en la India, Polonia, Hungría, Turquía y la misma Rusia. En otras partes, se consolidan impunes dictaduras, como en Venezuela y Nicaragua. En el índice de la democracia del Freedom House, Estados Unidos perdió 11 puestos. Consolidar ahí el derecho universal al voto va más allá de un mero simbolismo.
En la espiral democrática descendente, el desencanto llega siempre primero. Cuando en Costa Rica las urnas no despiertan entusiasmo en año electoral, ese desaliento es una advertencia premonitoria.
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La autora es catedrática de la UNED.