Filólogo (¿filo-loco?) al fin, me gustan las palabras. Su color, olor y sustancia, tramposos muchas veces. En sinestesia a fuego lento o crudo, da igual, todo. Y qué fascinante cómo a través de menos de tres docenas de letras y pirulos, en nuestras lenguas occidentales se crean inagotables mundos mágicos.
Pero words, words, words. Ya lo señalaba Shakespeare. Ahora bien, a como supuestamente nos hacemos más alfabetizados, letrados (así lo afirma el cartón colegial que tenemos expuesto), nos volvemos perezosos con la palabra. ¿Qué porcentaje de nuestras “conversaciones” se reduce a simple comunicación fática, simple relleno (diay, mae, o sea…) y mientras tanto vamos saturando el saco con emojis, frases hechas, stickers y más?
Escrita o pronunciada, la palabra taxi, ¿no le da tremebunda taquicardia? Pues me daré a la tarea taxativa de determinar el troglodita contexto de taxis. Detrás del vocablo, por trillos etimológicos escondidos, uno adivina tachus (rápido, en griego) y, en efecto, por allí se desglosa el concepto de taxímetro, invento no para el medio de transporte en sí, sino para el cálculo de la distancia recorrida.
En términos nuestros, sería la famosa y consabida maría que, no sé si para usted, hermano, no es la más fiel, pero ese es otro par de mangas.
Bruselas. Ya tenemos entonces cómo calcular distancias, en términos modernos, pero falta el vehículo y la organización del servicio: todo lo cual, aunque usted no lo crea, tiene bastante que ver con Bruselas, en un enredo de película.
La ciudad, ahora pomposamente llamada “el corazón de Europa”, era casi una aldea en el siglo XVI. El emperador Carlos Quinto (nacido en mi Flandes, en 1500) le tenía preferencia.
Se desenvolvió en un centro de poder desde el cual, en parte, se dirigían los destinos de los históricos “países bajos” (Holanda y Bélgica juntas, entonces) así como —a ratos— de todo el Imperio español.
Es en ese preciso contexto que la casa alemana de Thurn und Taxis estableció, entre otros, un servicio postal entre Viena y Bruselas. De allí, el nombre de nuestro alquiler de vehículo: taxi.
En Bruselas, queda la Tour et Taxis, por el canal hacia Amberes, por donde se pasearon Van Gogh y otros más, y constituye todo un centro cultural y un recordatorio.
Filólogo siempre, me sorprende cómo esa definición de taxi, de “automóvil de alquiler con conductor” (DRAE), aquí y ahora muchos la están limitando a los clásicos vehículos color rojo frente a los otros, para los que no suelen usar el vocablo taxi, sino directamente una de las marcas con las que hace poco entraron a competir con base en el teléfono celular y la ubicación satelital. ¿Detalle, lo que observo? Quizá. Pero no creo.
Apertura del oligopolio. Lo importante es que ahora, felizmente, como con otros esenciales, tenemos donde comparar y elegir. Lo que por último busca el usuario es servicio y economía, no importa de tal o cual compañía.
De acuerdo, desde luego, cómo no, cabe regular cuanto antes. Pero hay opciones: como en tantos servicios cuya eficacia hasta hace poco se consideraba estaba supeditada al monopolio (de electricidad, telecomunicaciones, energía), por suerte los choferes clásicos ya no pueden descansar sobre sus laureles.
Perdonen, pero a la mayoría les falta formalidad y mucha de su flota anda hecha un desastre para la vista y el oído. ¡Cómo no! Del otro lado, los nuevos no pueden pensar que todo es miel sobre hojuelas: en Colombia, en un contexto muy paralelo al nuestro, acaban de prohibir Uber.
En beneficios y cargas han de tener igual oportunidad de trabajo los distintos y diversos grupos. Nosotros, los usuarios, marcaremos diferencias con nuestras exigencias y preferencias, en mutua evaluación permanente. Una sola sugerencia (entre tantas que se me ocurren): ¿Cuándo los “rojos” se darán cuenta de la necesidad de indicar visualmente si están libres o no, en carretera, en vez de estar pasivamente esperando al cliente?
En mi viejo Madrid, nos encantaba, entre taxi negro, encontrar al fin uno con una luz verde bien arriba en el parabrisas, como invitación.
No se puede detener el progreso, así es que todos a ponernos las pilas. En el preciso momento en que se iba desarrollando la idea misma de taxi, a un terrible déspota de Túnez lograron echarlo y se escapó utilizando, hacia Bruselas, el servicio de transporte de la casa Tassis, como también la llamaban.
Solo que Carlos Quinto aprovechó para conquistar el territorio de él, en Túnez. Conque, no solo quien se va a Sevilla puede perder su silla.
El autor es educador.