Ernesto nunca fue cardinal, pero resultó cardenal, principal, fundamental, por su trayectoria honesta, sobre toda la línea. Con base en los cuatro puntos cardinales, me propongo aquí evocar brevemente una semblanza de este hombre íntegro.
Su norte estuvo siempre en la dignidad del hombre. Él, siempre con el don de la palabra (¡cómo me habría gustado verlo, oírlo, en Solentiname!); su modalidad preferida fue el verbo poético: llegó a afirmar que este fue anterior incluso a su vocación religiosa.
Ello implicó salir de su tropical Granada nativa, en 1957, para enjaularse en un convento trapista en el frío Kentucky. Allí, se empapó de amistad con otro pájaro raro: Thomas Merton (1915-1968), anglicano de padres franceses, que murieron cuando él era joven, y después se hizo sacerdote.
Así, se inició una larga amistad, primero, personal, y, después, epistolar, en torno a un cristianismo que procura reinterpretar para este continente el mensaje original del hombre de Nazaret, o más exactamente de Getsemaní, el jardín de olivos donde un individuo de carne y hueso empezó un inhumano calvario que todavía conviene recordar.
Ordenación. A los dos años, Cardenal volvió al sur, en una definición vital que me recuerda a la argentina Victoria Ocampo, con la revista Sur, bajo el sorprendente lema “Mi norte es el sur”. Consecuentemente, Ernesto estudia Teología en México y también es ordenado sacerdote.
Creó una comunidad cristiana basada en Solentiname, por el lago de Nicaragua. Guardo un cálido recuerdo de esa isla de paz, también centro de arte “primitivo” entre gente local.
Pero he aquí que desde la Declaración de Monroe, de 1823, toda América Latina también ha estado marcada por un eje norte impositivo, contra el sur, no colonial, pero casi y peor: de lo militar.
De muestra tuvimos aquí a Walker asomando algo más que las orejas, y siguió la anexión de Cuba, en 1898, y la expulsión de Zelaya, en Nicaragua, en 1907. En las letras y las almas del sur, ello habrá llevado a la reacción del uruguayo Rodó y su Ariel: pero la veo demasiado simple, como si algunos fuéramos la encarnación pura de lo espiritual, con tintes católicos, contra el materialismo anglosajón.
Especialmente Nicaragua quedó marcada por esa bota militar, como Darío reaccionando infantilmente contra el inglés, mucho más grave, el asesinato de Augusto César Sandino, en 1934, por el abuelo Somoza —impuesto por los estadounidenses— causó heridas que tardarán décadas todavía en sanar.
Falsa acusación. Es fácil, bastante ingenuo y demasiado, viendo infantilmente en blanco y negro, acusar a Cardenal, después, de ser “comunista”.
Igual que su hermano Fernando, en el Ministerio de Educación, con el triunfo de la muy necesaria revolución de 1979, Ernesto asumió el Ministerio de Cultura. Para la mayoría de los costarricenses jóvenes, resulta necesario señalar que la posterior radicalización del experimento sandinista, en gran parte, se debe a que esa misma Centroamérica nuestra tristemente llegó a ser una de las plataformas del conflicto este-oeste, haciendo entonces que nuestra región fuera incluso uno de los puntos ardientes en el globo, más que lo que fue y sigue siendo, en parte, Oriente Próximo.
Es también en ese mismo contexto que el papa Juan Pablo II, en 1983, regañó tan fuertemente a Ernesto (la foto de este, arrodillado ante el Santo Padre, en el aeropuerto de Managua, marcó las mentes de muchos). Pero, lo mismo: se constata la incomprensión del papa respecto de América Latina, secularmente explotada, pensando él que todavía estaba en Polonia, luchando con Lech Walesa, contra la bota de Jaruzelski, acólito de la URSS.
Estudiemos a fondo la historia de nuestra región, en esa tirantez norte-sur y su paralela incomprensión del este, vaticano, contra nuestro extremo occidente. En vez de calmar, atizó el fuego: mucho más sensible e informado, el papa actual, del sur, aun sin apoyar toda la teología de la liberación, ha entendido: a los 34 años del castigo cruel contra Cardenal, prohibiéndole el ejercicio del sacerdocio, este por fin fue restituido en su digno y consecuente servicio al alma profundamente cristiana de la mayoría del pueblo nicaragüense. No perdamos pues el norte: los sátrapas ahora en el poder, allá, son unos bandidos a los que solo los orienta el bolsillo.
El autor es educador.