¿Cómo serán nuestras ciudades dentro de 30 años? ¿En dónde tiene sentido crecer? ¿En dónde hay infraestructura suficiente para antever las necesidades de nuestra población creciente de trabajo, vivienda y ocio? Y las preguntas más relevantes: ¿Cómo queremos que sean? ¿Qué resultados deberían dar?
En los momentos difíciles por los que transitamos como país, uno de los retos cruciales es justamente el de la planificación consensuada.
La falta de ese norte común no es solo en términos fiscales. En el ámbito urbano —pasión que ha determinado mi profesión— es más que imperativo.
La planificación importa. Una de las municipalidades que integran la región metropolitana de Toronto tuvo un auge de desarrollo inmobiliario.
En tres décadas, su urbanización pasó del 40 % de su territorio construido a prácticamente un 100 %. Trabajando con el gobierno metropolitano empezamos a notar algunos problemas en las proyecciones financieras del gobierno local para dar mantenimiento y reemplazar buena parte de su infraestructura, cuya caducidad se aproximaba.
Las cuantiosas entradas que generaron los permisos de construcción habían disparado el apetito, ergo, la velocidad en el otorgamiento.
El problema era que los impuestos municipales, una vez que entraban en operación estos desarrollos, no recuperaban el costo de mantenimiento y futuro reemplazo de la infraestructura urbana en el plazo de su vida útil.
Es decir, cada permiso de construcción otorgado hipotecaba más el futuro. El problema radicaba menos en la subvaloración de la tasa por unidad habitacional y era principalmente producto de la forma urbana que la hacía financieramente insostenible a largo plazo.
Los equipos metropolitano y local centramos el esfuerzo en una reconversión de varios puntos de la ciudad, de la planificación de un futuro edificativo que generaba un sano balance entre los usos del suelo, las densidades, aprovechamiento de las capacidades existentes de infraestructura y un diseño urbano más atractivo. Empezó a dar resultados positivos y la curva empezó a revertirse.
Planificación comprehensiva. Uno de los grandes méritos de la planificación urbana va más allá de la distribución tradicional de edificios, usos del suelo, coeficientes de aprovechamiento del suelo —concebidos tradicionalmente como urbanismo—.
La planificación debe abarcar con integralidad y sostenibilidad otros sistemas necesarios para el buen funcionamiento de las urbes: financiero, impositivo, vial, de ocio, sanitario, de emergencias, de desechos, hídrico y eléctrico.
Estos deben estar guiados por principios y evidencia científica para que su crecimiento y regeneración esté enfocada en esas máximas de desarrollo.
En ese sentido, en varias ciudades se ha explorado un desarrollo urbano que mejore los resultados de salud pública a través de principios de diseño que contribuyen positivamente a varios determinantes sociales de la salud.
Varias localidades han desarrollado guías e índices de desarrollo para orientar las propuestas urbanas y arquitectónicas para generar resultados positivos en la salud pública.
Este aspecto es vital para un país como el nuestro con un sistema de salud universal que como sociedad debemos estar vigilantes para optimizar los impactos en costos que puedan tener los comportamientos sociales.
De igual forma, podemos encontrar principios, prácticas y políticas básicos de sostenibilidad ambiental, competitividad y hasta de seguridad a través del diseño urbano que tanto bien le harían a nuestros asentamientos humanos.
Proponer o limitar. Nuestra tradición y, en buena parte, nuestra legislación se han centrado en la creación de planes reguladores que poco nos inspiran o guían.
Su mismo título está enfocado en negativo, en regular. Los planes deben plantear una visión clara, consensuada y prometedora del futuro, no limitarse a identificar el uso del suelo presente.
La planificación es un acto para el futuro. Debe hacerse con el tiempo suficiente para antever las capacidades poblacionales futuras, brindar las señales correctas a la institucionalidad para alinear las previsiones presupuestarias de infraestructura, servicios y programas requeridos.
Claramente, con gobiernos locales más empoderados, la tortuosa coordinación interinstitucional es más fácil. La gobernanza es también otro factor fundamental, y ya me referiré a ello en el futuro.
La ciudad es una coincidencia de lo público y lo privado, indivisible. Ergo, la planificación urbana debe generar la confianza suficiente en el mercado para que sus agentes encuentren los incentivos correctos para invertir.
En ese sentido, cuando un grupo de amigos nos sentamos a planificar Rutas Naturbanas lo hicimos entendiendo que era necesario crear una visión articulada, con distintas perspectivas, pero sobre todo que guiara el futuro.
Hoy se gestan cerca de 5 kilómetros con apoyo de desarrolladoras inmobiliarias comprometidas, de la institucionalidad central, de varios gobiernos locales y de muchísimos ciudadanos que ven con esperanza la regeneración ambiental y creación de espacio público para la movilidad sostenible.
Como dijo el arquitecto planificador de Chicago Daniel Burnham en 1910: «No hagan pequeños planes, no tienen la magia para mover la sangre de las personas y posiblemente no serán realizados. Hagan planes grandes, apunten alto en esperanza y trabajo, recordando que un diagrama noble y lógico, una vez grabado, nunca morirá…». Es tiempo de planificar el futuro en conjunto…
El autor es economista y planificador urbano.