El sábado 9 de noviembre, La Nación reportó que el embarazo adolescente en Costa Rica se encuentra en su menor nivel en lo que llevamos de este siglo. La noticia muestra una clara asociación entre dicha reducción y el desarrollo de los programas de sexualidad y afectividad por parte del Ministerio de Educación Pública (MEP) en 2012, una buena noticia producto de políticas responsables y basadas en la evidencia. Sin embargo, podríamos caer en la tentación de olvidar la resistencia enfrentada desde una multitud de flancos, y la falta de reconocimiento a los líderes políticos involucrados en el caso, quienes en casi todo momento tuvieron que remar contra marea.
Tal parece que en el contexto político actual, el linchamiento público y el asesinato de la reputación parecen ser no más que instrumentos utilizados con fines politiqueros. Frecuentemente, olvidamos que muchos años después, cuando ganar la próxima elección deja de ser un factor, y reconocer las virtudes del rival no corre el riesgo de engrandecerle su futuro político, somos capaces de ser más justos frente a los resultados obtenidos. A lo lejos, logramos humanizar y dimensionar las complejidades inherentes a la toma de decisiones públicas.
Circo y tragedia. La administración Chinchilla se destaca en abundancia en estos casos. Más allá del ejemplo del MEP, cuando el ministro Leonardo Garnier enfrentó la obstrucción de grupos tan variados como caprichosos, encontramos proyectos apaleados por la oposición y sectores de los medios que hoy son celebrados sin ton ni son. Pocos años después, se resulta complejo argumentar en contra de la necesidad de la reforma fiscal promovida durante ese gobierno; difícilmente encontraríamos las mismas protestas ante la propuesta de concesión de la autopista hacia San Ramón, y difícilmente encontraremos oposición a la concesión de APM Terminals por parte de quienes ahora celebran e inauguran sus resultados. Si vamos más atrás, recordaremos la reforma fiscal de Abel Pacheco, los tratados comerciales impulsados por la administración Arias o el agravio de la fiscalía a Miguel Ángel Rodríguez.
De igual modo, la necesidad de sobriedad también sirve para reconsiderar la “buena” historia cuando se hace necesario. En el caso de la administración Solís, enterarnos de la situación crítica en que dejó al país, aunado a la estructura de corrupción que impuso, sin duda ha generado una valoración histórica muy diferente, en comparación con la luna de miel que existió durante su gobierno. Peor aún, esos son los casos más sonados, de figuras públicas que todos recordamos. ¿Qué sucede con otros funcionarios de menor perfil? Condenados y linchados cruelmente por hordas hinchadas de certeza circunstancial, a muchos quizás nunca les llegue su hora de ser reconocidos.
La única ruta hacia adelante parece ser evitar repetir nuestros errores, esperar el tiempo adecuado para emitir un juicio o censurar, y permitir que los molinos de la historia muelan a su ritmo.
Mario Vargas Llosa ilustra lo mencionado en su nueva novela, Tiempos recios. En la cruel pero erudita narrativa, nos recuerda la forma en que el presidente guatemalteco Jacobo Árbenz, un reformista electo democráticamente, fue derrocado en 1954 por fuerzas oscuras y destructivas con intereses corporativos saturados de miopía. Su sueño era una Guatemala donde los niños tuvieran las mismas oportunidades que en Estados Unidos, donde las fuerzas del mercado impusieran su eficiencia y las empresas se apegaran a los mandatos de la ley. Árbenz soñaba con una prensa como la de The Washington Post y The New York Times, y en una cruel ironía se encontró que esos medios promovieron propaganda fabricada por Edward Bernays, autoproclamado padre de las relaciones públicas, contratado para proteger los intereses de la United Fruit Company.
El final de Árbenz fue trágico. Derrocado por un golpe militar y tildado de comunista, murió en 1971 sin volver jamás a su tierra natal. Fue necesario más de medio siglo para que su país le otorgara una disculpa formal.
Servicio y función pública. Todo lo mencionado cobra también relevancia en el contexto del liderazgo en la función pública. En el ambiente polarizado que nos encontramos, cuando las redes sociales favorecen el radicalismo y las vituperaciones en calentura, ser líder o gerente político implica encontrarse ante una oposición oportunista, en situaciones en las cuales el presente no es justo y quizás el legado no sea más que la ignominia. ¿Cómo dar el salto al vacío en la arena pública en esas condiciones sabiendo que el resultado puede ser personalmente devastador aun si tenemos la razón? Solo queda refugiarse en las convicciones, y en la certeza de nuestras intenciones. En resumen, saber que no importa quién emita condenas, el camino es el correcto.
No dormirse en los laureles. No queda otra ruta, pues, a pesar de las mejoras mencionadas, el embarazo adolescente sigue en niveles inaceptables, la situación fiscal requiere mucho más esfuerzo para sanear, la infraestructura pública se mantiene en condiciones deplorables, y los retos que enfrenta el país se seguirán multiplicando agresivamente. Tomar el riesgo de servir vale la pena, pero también necesitamos más templanza en redes sociales, así como prudencia al discutir las complejidades de la función pública y de dialogar respecto a estos temas en los diversos foros públicos. Si no, seguiremos diluyendo el tiempo y la energía en destruir iniciativas valiosas en la mera persecución de aplausos en redes.
Todo lo mencionado no implica ceder al control político o la denuncia ante irregularidades. Si una propuesta no se sostiene por sí misma, el deber cívico es enfrentarla con seriedad y de manera propositiva, al igual que al funcionario corrupto se le debe perseguir con todos los recursos de la ley.
El país vive momentos adversos, lo cual requiere que seamos críticos pero circunspectos, para evitar la mezquindad cortoplacista. Es importante recordar que el arco de la moral universal es largo pero tiende hacia la justicia, viejo adagio de Martin Luther King, quien irónicamente sería después asesinado por el proyectil de la intolerancia. Ante los retos que enfrentamos, debemos aprender a tener sobriedad en el presente, a juzgar con cautela y no contribuir a las hogueras de la torpe abyección. De otro modo, muchos años después y cuando el tiempo ponga todo en su lugar, quizás ya sea demasiado tarde.
El autor es analista de políticas públicas.