Como Leonardo da Vinci, un hombre polifacético, fallecido hace 500 años, Alexander von Humboldt es de los que marcan hitos históricos: hay un antes y un después de este explorador y científico alemán. Su natalicio número 250 se ha de recordar también en Costa Rica para seguir en la misma senda, hacia la excelencia.
Porque una cosa es nacer acomodado, para no decir en cuna de oro, allá en Alemania, y otra cosa que a él se le debe que España saliera del ostracismo en que se había metido, con todo y sus colonias.
Con Felipe II y sus secuaces, España se había refugiado detrás de los Pirineos: existía prohibición de entrar a su extenso imperio; sus artistas e intelectuales, Goya entre otros, trataron de romper el cerco. Pese a la pujanza de Francia, Inglaterra y Holanda, entre otros, el aislamiento era total.
Humboldt, hijo de lo que todavía preferentemente se llamaba Prusia, estableció el vínculo. Aparte de las revoluciones norteamericanas y francesas, sin duda él también generó la correntada que conocemos como la independencia de las repúblicas latinoamericanas.
Humanismo. Para contribuir al homenaje que se le brinda también en San José, me interesa aquí destacar su temperamento, de humanismo envidiable, con apertura hacia el estudio y el manejo de idiomas, características que todavía hoy nos pueden servir de acicate.
En efecto, vivimos en un ambiente, el local, en el cual ya no se valora el saber, el pensar; se piensa que eso de los idiomas o no es necesario porque todo ahora o se nos sirve en bandeja española o se traduce en un abrir y cerrar de Internet. Aquella privilegiada situación, con frecuencia nos lleva a una comprensión chata del mundo planetario.
¡Nada de eso en el ejemplar Humboldt! Salió de lo que un estudioso llama “el encorsetamiento de la casa paterna”, cosa por estos lares es aplicable a seguir colgando de la falda de mamá. El inglés no era todavía la lengua avasallante que conocemos (y todos debemos aprender); pero el francés estaba en su apogeo, de hecho, demasiado fácil también se infravalora el papel de su amigo Bonpland, francófono.
Gracias al estudio profundo del español, Humboldt vinculó nuestra América con la Europa continental, ahínco que celebramos aquí porque sin haber pasado después por Centroamérica, sus conversaciones, desde México a Lima, entre otros, dejaron preclaras observaciones respecto de la llave intercontinental que ya se vislumbraba entonces para esta, que Neruda poéticamente llamó “la cintura de América”.
Viajero. Inquieto, el hombre alemán, cuando estuvo en Oostende, Bélgica, se preguntó qué habría al otro lado del Atlántico, y en su inusitado viaje, nada menos que cinco años, entre 1799 y 1804, describió hasta lo que ahora conocemos como la corriente de Humboldt, bordeando el Pacífico.
A lo Caupolicán, “anduvo, anduvo y anduvo”, a pie, a caballo y en barco, conociendo de verdad: nada al modo del turista cómodo de ahora que solo traga kilómetros, sea entre aeropuertos atestados de gente o cruceros, en tremenda pelota masificada, atropellando lo que ve.
¡Todo lo contrario con Alexander, en perseverancia metódica! Su estudio de “geografía” se lo permitió: era aquella una ciencia-puente hacia cantidad de dimensiones humanas, como la fauna y la flora, condicionadas, claro que sí, por la altura, la temperatura, los ríos, las montañas; esa variedad, ya entonces, en su mente prefiguraba un condicionamiento mutuo y el grito ecológico que ahora se impone.
Gracias, Alexander von Humboldt, por su visión universal, planetaria y humanista, tan de vanguardia ya entonces. ¡A celebrarlo siguiendo su ejemplo!
El autor es educador.