Conforme se acerca el final de diciembre, empieza a rodearnos el espíritu de fin de año. El momento arbitrario definido por el calendario gregoriano, que aun siendo imaginario nos permite ordenar el paso del tiempo, fijar nuestros objetivos y organizar nuestras vidas. No sacarle provecho se siente como una oportunidad perdida: de evaluación, planificación, recapitulación y, muy importante, de gratitud.
La gratitud no es meramente un cliché promovido por el ejército new age de quienes estamos contagiados por el yoga y la meditación (aunque también). Sus beneficios médicos son amplios: desde el sueño apacible, la buena salud mental, relaciones y conexiones humanas más genuinas hasta la reducción de conductas agresivas, tóxicas y destructivas.
Basta con hojear la revista de la Sociedad Americana de Psicología para encontrar una multitud de estudios científicos con los beneficios de tener una mentalidad de abundancia en vez de una de escasez, pero, para un resumen de la prueba, recomiendo el reporte La ciencia de la gratitud, publicado por el Centro Científico del Bien Común de la U. C. Berkeley.
Adicionalmente, una revisión rápida a la mayoría de las doctrinas religiosas nos va a mostrar la relevancia de dar gracias, pues la trascendencia de esta práctica ha cruzado transversalmente la humanidad durante siglos.
En términos generales, la lógica no es ignorar lo malo, o los desafíos de nuestro diario vivir, sino focalizarnos en lo positivo que hay a nuestro alrededor y construir a partir de ahí.
En muchos casos, centrarnos en lo que hemos logrado nos permite tener mejor claridad de cómo lo edificamos, y utilizar estrategias parecidas en otras áreas de nuestras vidas que no están marchando bien.
Los médicos insisten en que algo tan simple como una lista de gratitud semanal, de cinco puntos, genera cambios visibles en nuestra perspectiva y experiencia diaria. ¿Es posible hacer un ejercicio análogo con la humanidad o con nuestro país?
En una época tan polarizada, cuando como sociedad necesitamos sanar y la negatividad nos ataca desde todos los frentes, perdemos poco con hacer el intento.
Lista de gratitud. 1. Como humanidad, un buen lugar para empezar a buscar motivos para dar gracias es el progreso de algunos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas. En particular, el reporte del 2019 apunta a mejoras sustanciales en la salud de millones de personas, aumento de la expectativa de vida, disminución del embarazo adolescente y bajas dramáticas en la mortalidad infantil y materna, así como avances en la lucha contra enfermedades contagiosas.
En otros campos no estamos tan bien, como en acceso a servicios de salud universales y el combate de enfermedades como la malaria y la tuberculosis, pero en aquello en lo cual prosperamos sin duda hay espacio para una tímida celebración.
2. Asimismo, de acuerdo con algunos indicadores, vivimos la época más pacífica en la historia de la humanidad. Solo en comparación con el siglo XX, este presenta una tasa de muerte en conflictos diez veces menor, según el Banco Mundial.
Regiones del planeta consumidas en guerra por siglos, como Europa, son ahora cunas de paz, donde un enfrentamiento militar entre sus potencias es difícil de imaginar.
De igual manera, América Latina se encuentra en el período más pacífico de su historia, aun incluyendo el daño inaceptable que la violencia y la inseguridad nos imponen y con respecto a lo cual debemos actuar sin titubeos.
Otras regiones del mundo siguen lamentablemente atrapadas en conflictos. ¿Cuáles lecciones podemos aprender de aquellas que han alcanzado índices relativos de paz para transmitírselas a las que no?
3. Siguiendo con los ODS, en América Latina, existen algunas razones para ser optimistas. De los únicos seis países que aún registran pobreza extrema (menos de $1,90 al día en dólares del 2011), tres de ellos, Brasil, Colombia y Bolivia, se encuentran en ruta de erradicarla en el 2030, mientras Guatemala y Honduras la están reduciendo, mas no al ritmo esperado.
El único país donde la pobreza extrema aumenta es Venezuela, pero un análisis de este caso, definitivamente, no pertenece a un escrito acerca de gratitud.
Si bien como región debemos aspirar a eliminar todo tipo de pobreza, y los índices han empeorado en los pasados tres años, el progreso acumulado de las últimas décadas nos tiene aún en números verdes. ¿Cuánto tiempo más nos va a durar ese “ahorro”? O, mejor todavía, ¿cuándo podremos aspirar a eliminar todo tipo de pobreza? Si no empezamos a construir a partir de las áreas donde hemos tenido éxito, el panorama será arduo. Por eso, enfoquémonos en lo que ha funcionado y potenciemos el trabajo desde ese punto.
4. Encontrar buenas noticias en Costa Rica es igual de complicado, pero vale la pena tener la osadía. Hay algunas razones para ser optimistas en materia económica, pues desde junio el IMAE del BCCR ha mostrado una consistente aceleración.
Sectores como el de la manufactura, el de la información y las comunicaciones, así como actividades inmobiliarias y de enseñanza muestran francos indicadores de recuperación, aunque la caída dramática en construcción nos sigue afectando.
¿Será posible que la situación económica repunte en el 2020? Hay motivos para esperar que sí. Capitalizar donde estamos creciendo, va a ser clave en ese esfuerzo.
5. De manera similar, en lo que respecta a reformas estructurales, este fue un muy buen año, aunque los efectos no se vean de inmediato. Un ejemplo fueron las sesiones legislativas bajo la presidencia de Carlos Ricardo Benavides, las cuales han sido las más eficientes desde 1998.
El 2019 no solo fue sustancial en la cantidad de proyectos aprobados, sino en su profundidad. La entrada en vigor de la reforma fiscal, la reforma al reglamento legislativo, proyectos relativos a nuestra incorporación a la OCDE, avances clave en la regulación del derecho a huelga, entre otros, nos llevan a concluir que fueron meses de trasformaciones vitales que nos facilitarán atender el futuro con mejores herramientas.
Optimismo mesurado. El ejercicio de gratitud siempre es complejo y desafiante. Implica, por un momento, no sucumbir a nuestras tendencias naturales de poner el énfasis en lo negativo, especialmente cuando la realidad es difícil y los problemas abundantes.
Más aún, la fe en el porvenir puede tentarnos a pensar que pecamos de ingenuos o descuidados, el viejo atractivo del pesimismo y la profecía autocumplida del cinismo que tan de poco nos ha servido.
Quizás sea buen momento para intentar algo diferente, agradecer lo que logramos y, por lo menos, durante estos días navideños, esperar el Año Nuevo con esperanza.
Para la crítica y lo urgente, es decir, todo aquello que elegí no mencionar en este escrito, sin duda tendremos espacio durante la cuesta de enero.
El autor es analista de políticas públicas.