“Piensa mal y acertarás” fue una preciada joya en el refranero español, hasta que no vino un amigo colombiano a explicarnos que en su país había sido sustituida por una gema de mil quilates: “Piensa mal y te aproximarás; piensa peor y acertarás”.
Desde entonces, gracias al poder del nuevo adverbio, nuestra aptitud para la adivinación mejoró sustancialmente, aunque eso no parece habernos sido de utilidad. En varias ocasiones, el refrán reciclado nos permitió ver, a través de las personas y de los acontecimientos, la inmediatez del pasado y del futuro con una transparencia de laguna en calma; pero, como les debe de ocurrir a los voyeurs con lo que miran por las rendijas, la prudencia nos aconseja invariablemente no compartir lo que logramos adivinar.
Pese a que aquello de que “la excepción confirma la regla” es una soberana tontería –en cuanto una regla admite una excepción deja de ser regla–, nos permitiremos cometer por una vez una indiscreción excepcionalmente imprudente.
Es bien sabido que la casi respetable industria del coyotaje se ha visto estimulada por una práctica migratoria de la República de Ecuador, que convierte a ese país en la plataforma de lanzamiento de muchas caravanas migratorias, de las más diversas nacionalidades, que buscan llegar a –¿dónde más podía ser?– Estados Unidos.
Según dicen los mapas, para llegar a su destino esas caravanas deben cruzar siete fronteras internacionales, entre ellas las de Costa Rica. A juzgar por la cantidad de usuarios de esta “ruta de los coyotes”, calculada por un amigo funcionario que conoce de la materia, el “piensa mal” nos dice que es imposible que el negocio del coyotaje marche sin la colaboración de autoridades de rango considerable en cada uno de los países, y el “piensa peor” nos sugiere que, por lo menos en uno de ellos, las autoridades no se hacen de la vista gorda solo por desinteresadas razones humanitarias.
Así las cosas, en el juego de “aproximarse” y de “acertar” no resulta descabellada la idea de que el berrinche nicaragüense desatado a raíz del incidente de los cubanos podría tener origen, no en motivaciones políticas o en el bayunquismo diplomático del gobierno sandinista, sino en la instigación de funcionarios que forman parte de la red delictiva y ahora están furiosos porque las autoridades costarricenses, a propósito o por accidente, les echaron a perder un floreciente negocio.
En suma, es posible que, para acertar en este asunto, sea imperativo pensar “aún más peor” que de costumbre.
Fernando Durán es doctor en Química por la Universidad de Lovaina. Realizó otros estudios en Holanda en la Universidad de Lovaina, Bélgica y Harvard. En Costa Rica se dedicó a trabajar en la política académica y llegó a ocupar el cargo de rector en 1981.