Un líder político es una persona que inspira a los demás y logra que, por arte de la persuasión, adopten sus ideas y valores como propios y trabajen bajo su dirección para concretarlos. Es como un imán: atrae y roba las miradas de un grupo social, una sociedad (o parte de ella), o, incluso, de millones en el mundo. Es un punto de referencia aspiracional no solo para las ideas de muchos, sino también hasta para sus comportamientos y valores en la vida diaria. De ahí que siempre se tejan leyendas alrededor de un líder, resaltando sus cualidades y actuaciones de manera mitológica: sabía más, veía más, intuía más que todos.
Y, precisamente, como un líder modela un “deber ser”, el tipo de liderazgo que una persona ejerza es medular para el acontecer político. Aquí hay de todo como en botica, y la historia nos ofrece un ramillete de lo mejor y lo peor: desde Hitler y Stalin hasta Gandhi y Martin Luther King solo en el siglo XX. Recordemos que, en no pocas ocasiones, el peor chancho se lleva la mejor mazorca.
Esto nos lleva a un punto importante. Un líder no es necesariamente el más inteligente, la más sagaz, la mejor persona, el más juicioso, la mejor oradora o el más listo. A veces sí, y entonces una sociedad se beneficia, pero muchas veces no. Lo que sí tiene, aunque en lo personal sea un mediocre, es la capacidad de conectar con los demás, de entender sus necesidades, de convertirlos en sus seguidores. Esta cualidad es tan rara como especial, una especie de inteligencia intuitiva que anticipa y adivina cosas que los demás no están viendo, y les pone palabra y sentimiento. Un tipo de inteligencia de la que carecen con frecuencia personas con alta capacidad intelectual y organizativa.
De ahí que, mientras dure el encanto, hay seguidores de un líder que son fieles a ultranza. Creen en él, en su relato; lo defienden frente a los enemigos reales o imaginarios; encuentran maneras de excusar sus fracasos y errores, difunden una épica sobre sus luchas y desacreditan cualquier dato de realidad que contraríe el relato. Son, en una palabra, fanáticos personalistas que, además, procuran comportarse como creen que el líder se comportaría en las situaciones cotidianas. Por eso, en la Alemania nazi, hasta los pulperos eran matones y crueles con sus vecinos judíos, porque la crueldad era la moda. Claro que, caído el líder, fue un si te vi no me acuerdo colectivo.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.