Quienes aún cuestionan la gravedad del calentamiento global y, por ende, la importancia de la cumbre climática (COP28), que comenzó este jueves en Dubái, deberían poner atención al informe que emitió la Organización Meteorológica Mundial, coincidente con el encuentro.
Su mensaje central: el 2023 ha padecido “una ensordecedora cacofonía de récords rotos” en materia climática, para mal. Este año terminará como el más caluroso desde que comenzaron las mediciones. El nivel de los océanos entre el 2013 y el 2023 ha crecido más del doble que durante la década en que comenzaron las mediciones satelitales (de 1993 al 2002), debido a un progresivo calentamiento de las aguas y el consecuente deshielo, y es casi inevitable que el fenómeno de El Niño incremente aún más las temperaturas en el 2024.
¿Qué implica lo anterior? La respuesta, obvia, es que la emergencia climática es algo del presente, no del futuro: está aquí y cada vez es más fuerte. La pregunta que sigue remite, de nuevo, a Dubái: ¿Estará la COP28, que se extenderá por dos semanas, a la altura del reto? Para lograrlo, no solo deberían acordarse acciones concretas que financien la resiliencia y adaptación de los países más pobres. Es algo necesario, pero no toca el origen del mal: el calentamiento global. La gran responsabilidad de frenarlo corresponde, sobre todo, a los mayores emisores de gases de efecto invernadero, y su fuente principal son los hidrocarburos.
El camino pasa por el impulso a energías renovables, la electrificación del transporte, nuevas prácticas productivas e innovación tecnoambiental. Pero a la vez debe avanzarse en un acelerado y progresivo abandono de los hidrocarburos. Aquí surge una paradoja inquietante: los Emiratos Árabes Unidos, país anfitrión, es el sétimo mayor productor petrolero mundial, y el presidente de la COP, el sultán Ahmed al Jaber, director ejecutivo de la compañía que lo extrae y procesa.
Ya anunció el lanzamiento de un fondo comercial de inversión verde por $30.000 millones. Bien, pero no debe ser una forma de obviar la gran responsabilidad —suya y de todos los delegados— de asumir compromisos con una verdadera transición de las energías contaminantes hacia las limpias. Hasta ahora, los países petroleros lo han bloqueado. ¿Será posible que se logre en uno de ellos? Tengo serias dudas.
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El autor es periodista y analista.