En su autobiografía, publicada póstumamente (el actor falleció en el 2008), Paul Newman cuenta que recién casado trabajó en un campo de golf, tiempo durante el cual estuvo robando de la caja registradora del campo de prácticas. Llevó cuenta de todo, y cuando más tarde empezó a trabajar en una escuela de posgrado, lo reembolsó al club de golf.
Cuando era joven, tuve a mi alcance mi propia caja registradora, y hurté todo lo que las necesidades que entonces tenía, los libros y el cine exigían. A diferencia de Paul Newman, no llevé cuenta de nada, porque no tenía idea de que podría pagarlo algún día. Sin embargo, se ha dado el caso de que así sea, y cada vez que hago un abono a la deuda, con el más sincero afecto, me maravillo de la sapiente y generosa paciencia con que aquel a quien defraudaba me dejaba hacer; en su sencilla sabiduría intuía, estoy seguro, que más tarde o más temprano iba a estar en condición de pagar, y entonces la compensación sería mayor y más oportuna.
En mi incredulidad, de la que tanto disfruto, todavía recuerdo algunos de los mandamientos que me enseñaron de niño a base de jalones de oreja, especialmente aquellos preceptos que no sin fruición muchas veces ignoro.
El decálogo manda no hacer: no hurtarás. Pero también manda hacer: honra a tu padre y a tu madre, para que se prolongue tu vida sobre la tierra. Es curioso, pero violar el primero y robar me dio la oportunidad de acatar el segundo, y honrar. De donde deduzco, por mi pequeña experiencia, y se me perdonará que lo diga, que no hay lo malo absoluto, porque se puede reparar, pero sí lo bueno absoluto, porque faltar a esto no se puede enmendar.
Estas observaciones, propias de este período del año en que uno se esfuerza por conciliar espiritualidad y aguinaldo, con modestos resultados, no tienen por qué ser compartidas por nadie. Yo mismo no creo siempre en ellas. Pero a mí me han resultado útiles para ir tirando y sorteando las dificultades y los embates de la vida.
También cuenta el hecho de que mi regocijo no estaba en robar, sino en la finalidad a que se destinaba lo robado. Por consiguiente, podría decir en mi descargo que el fin justifica los medios.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.