A principios de la década de 1960 un conjunto musical llamado The Kingston Trio popularizó la canción MTA (Autoridad Metropolitana de Tránsito, por sus siglas en inglés), donde se relata el peculiar problema enfrentado por un hombre llamado Charlie, quien tomó el metro de Boston, pero, ante el aumento de un centavo en la tarifa, del cual no disponía, no le fue permitido salir (en aquella época los incrementos operaban para salir no para entrar). Charlie quedó condenado a viajar permanentemente por el subsuelo de Boston. He’s the man who never returned.
Su fiel esposa —quien aparentemente no llegó a tener el centavo que le hizo falta a Charlie— lo esperaba todos los días a las 2:15 p. m. fuera de una de las estaciones y, por una ventana, le pasaba un sándwich.
Cuando Charlie inició ese fatal viaje, digamos que en 1962, lo que en el metro vio fueron personas “bien vestidas” (cuyas blusas no estaban desteñidas ni rotos sus pantalones), con el cabello bien arreglado (sin tintes de color verde ni morado ni tijeretazos raros), que durante el recorrido conversaban entre ellos o leían periódicos y libros. Nadie habla con nadie hoy en el metro de Boston. Todos los pasajeros tienen permanentemente encendidos sus teléfonos inteligentes, ven y envían mensajes de texto, y si es que leen periódicos y libros, son virtuales, no impresos.
Los hombres no usaban aretes ni anillos en la nariz (como en Costa Rica, donde, para evitar que hicieran huecos por todo lado, se hacia con los chanchos que se engordaban para Navidad). Tampoco era común el uso de tatuajes y quienes alguna vez se veían eran discretos y, según el decir, solo los hacían en La Penitenciaria y San Lucas.
Otro mundo. Si Charlie —cuya piel debe estar tan blanca como la de un muerto— lograra salir hoy del metro de Boston y viajar por otros lados, notaría que muchas otras cosas también han cambiado en su ciudad, en su país y en el mundo.
En los vuelos comerciales, el servicio a los pasajeros ya no está a cargo de guapas y jóvenes aeromozas. También lo suplen mujeres gorditas y mayorcitas (ciudadanas de oro), así como hombres hechos y derechos. Quizá porque el esquema previsional no les cubre la totalidad de sus necesidades financieras, muchos adultos mayores se han reincorporado a la fuerza laboral de sus países y eso se observa en las tiendas, restaurantes, museos, hoteles, fuerza pública, etc.
El boxeo y el fútbol era cosa de hombres. Hoy lo es de hombres y mujeres. Los matrimonios (cuyo fin, se dijo, es la procreación) eran únicamente entre hombre y mujer. Esa restricción se ha relajado hoy. Antes, en el balneario de Ojo de Agua, los trajes de baño cubrían, entre otras partes íntimas, las nalgas; hoy es al revés.
Antes, una profesión (sastre, arquitecto, contador, carnicero) y un empleo eran para toda la vida. Modernamente, se cambia de chamba cada tres o cuatro años y hasta de profesión cada 10 o 15. Entonces, la instrucción más complicada por utilizar en una máquina de escribir Underwood consistía en presionar una tecla para cambiar de letras minúsculas a mayúsculas. Un teléfono celular acepta en la actualidad docenas de aplicaciones y cientos de instrucciones, que mortifican a la gente mayor de 70.
Con el uso de la Internet a todas las cosas, la inteligencia artificial y la utilización creciente de robots, el futuro está en manos de los jóvenes de pantalones rotos, pelo color celeste y lleno de tijeretazos, de gran imaginación, ágiles dedos y que no le temen a cada nuevo modelo de teléfono inteligente, sino que, por el contrario, lo esperan con ansia. Todo lo tienen a un clic de distancia, pero no hablan con nadie.
Tea Party. La historia que The Kingston Trio relata en su pieza MTA tuvo un trasfondo político. Es bien sabido que los bostonianos se distinguen por ser activos defensores de los derechos de la gente, y esa canción se utilizó para oponerse al alza, a su juicio indebida, de lo que consideraron un impuesto y no el precio de un servicio.
En 1773, cuando se gestaba el movimiento proindependencia de los Estados Unidos, un grupo de colonos de Boston, disfrazados de indios, lanzó al mar todo un cargamento de té proveniente de Inglaterra, en protesta porque en las instancias que establecían los impuestos ellos no tenían representación. No taxation without representation (“no imposición sin representación”) fue el lema bajo el cual actuaron.
A esa protesta se le conoce como “La fiesta del té” (Tea Party, en inglés), denominación que hace relativamente poco adoptó un partido político que se opone a la creación de más impuestos para financiar a un Estado cada vez más grande. El Tea del Tea Party significa Taxed Enough Already, que se puede traducir como “ya pagamos muchos impuestos y no aceptamos más”.
Pero como Charlie podría atestiguar, también al lema citado puede dársele vuelta para que diga no representation without taxation, y usarse para negar la representación política a quienes no paguen impuestos.
En el 2006, la autoridad del tránsito de Boston (MBTA) emitió una tarjeta plástica recargable, llamada Charlie, para pagar los viajes en el metro, y es la que está en uso. Como solo limita la entrada a las estaciones, no la salida, el Charlie de esta historia, hastiado de comer sándwiches, debe haber regresado a su casa hace muchos años.
El autor es economista.