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Envidia

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Tres veces a la semana, la fatalidad vial me obliga a desembocar a media tarde, prendido del volante de mi “perolito”, en un trecho de unos setenta metros, un nudo en la inevitable congestión del tránsito que me toma la eternidad de entre uno y dos minutos. Al final hay un semáforo cuyo ensalmo de color verde es lo que me desbroza el camino para que pueda escapar hacia la izquierda.








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