Israel no entregará los Altos del Golán, ni debe hacerlo, pese a la insistencia de la Organización de las Naciones Unidas, la estridencia de sectores tradicionalmente adversos y la opinión de la comunidad internacional, tan comprometida con el formalismo. Pedir la devolución del territorio a Siria es tan irracional como exigir el suicidio. La meseta se yergue, dominante, sobre Galilea. Es doblemente difícil defenderse desde abajo, en el lado israelí, porque al pie está el lago Tiberíades.
Nada de eso importaría si Israel colindara con Costa Rica, pero Siria es un enemigo irredimible y bien armado, con capacidades químicas demostradas a lo largo de la reciente guerra civil, para espanto del mundo civilizado. La influencia de Irán sobre el régimen de Bashar al Asad reúne a dos enconados adversarios de Israel, cuyas intenciones no están en duda.
En el vecino Líbano, la organización terrorista Hizbulá es otra proyección del poder iraní, estrechamente aliada con el régimen de Damasco y enfrentada con Israel desde su fundación en la década del 80, fruto de un esfuerzo colaborativo entre Siria, entonces dominante en el Líbano, y los ayatolás de Teherán.
Un rápido vistazo a fotos de los Altos del Golán informa sobre la importancia estratégica de la meseta, ocupada durante la Guerra de los Seis Días, en 1967. Las imágenes subrayan lo absurdo de exigir la devolución del territorio a Siria, es decir, también, a Irán y Hizbulá. Un gobierno israelí que lo hiciese comprometería la seguridad nacional y las vidas y bienes de sus ciudadanos.
El mundo lo entiende. Por eso el rechazo de la comunidad internacional a la anexión de la meseta, proclamada por Israel en 1981, no pasa de periódicas resoluciones sin efecto práctico. Las posiciones están consolidadas y para todos los efectos, especialmente los de seguridad, los Altos del Golán son Israelíes. Lo seguirán siendo, al menos mientras los vecinos representen una amenaza y, desgraciadamente, un optimista mediría esa condicionante en generaciones.
Por eso sorprende el reconocimiento de la anexión de los Altos del Golán por los Estados Unidos a casi cuatro décadas de proclamada y sin que el tema estuviera sobre el tapete. La gratuita provocación en nada cambia la situación sobre el terreno o el estatus legal del territorio, pero irrita al mundo árabe, envalentona a los radicales en Israel e interfiere con el proceso electoral de la única democracia en la zona. Ninguno de esos ingredientes estaba haciendo falta.
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Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.