Los pasados días 27 y 28 de abril se llevó a cabo la III Cumbre Mundial Hambre Cero, en la ciudad ecuatoriana de Cuenca, y, para debatir sobre la cuestión, se reunieron nueve expresidentes de diversas naciones, Costa Rica sobresalió en ese prestigioso panel por tratarse del único país que congregó a dos expresidentes, Óscar Arias y Laura Chinchilla (intervinieron en días diferentes y destacaron también por el rigor de sus discursos en comparación con las improvisadas charlas de café de la mayoría de sus homólogos).
Me impresionó muy positivamente la disertación de Óscar Arias, de quien no me considero fan, por su abordaje de la hambruna desde el eje de la guerra y por argumentarlo con una valentía admirable que, obviando remilgos diplomáticos —eufemismo de pusilanimidad y, muchas veces, complicidad con el mal— propios de este tipo de simposios, tuvo la virtud de propinar elegantes bofetadas a diestro y siniestro a quienes vinieron solo a figurar y cobrar abultadísimas dietas por no decir nada (entre estos últimos se llevó la palma el expresidente de España José Luis Rodríguez Zapatero— seguido de cerca por los expresidentes de República Dominicana, Hipólito Mejía, y de Argentina, Eduardo Duhalde, cuyas contribuciones fueron nulas—, quien fue el primero en tomar la palabra para, inmediatamente, desgastarla en una sarta de vacuidades que, lejos de aportar algo constructivo, nos recordó que los políticos se ganan la vida con entelequias que pierden al pueblo).
Partiendo de una reveladora cita de Goethe —“nada es más perjudicial para una nueva verdad que un viejo error”—, Óscar Arias centró su ponencia en cuatro amenazas para la seguridad alimentaria, a saber, autarquía, ausencia de políticas de desarrollo inclusivo y sostenible, deterioro del sistema democrático y, especialmente, conflictos armados. Fue el cuarto expresidente en terciar y el primero en denunciar, más alto y claro que ninguno, el chavismo y al tirano Nicolás Maduro, no solo por haber destruido todo vestigio democrático en Venezuela, sino por haber causado una crisis alimentaria sin precedentes. Y aportó un dato escalofriante: en los últimos meses, los venezolanos perdieron en promedio casi 12 kilos.
“Un reino”. Por su parte, Rodríguez Zapatero —quien presidió el gobierno de España entre el 2004 (tres días después de los atentados del 11 de marzo en Madrid con 193 muertos, el segundo mayor ataque yihadista en Europa, vilmente utilizado con fines electorales tanto por el Partido Popular como por el Partido Socialista Obrero Español en acusaciones cruzadas de desinformación) y el 2011, una etapa de despilfarro crónico que situó la economía al borde del colapso y del rescate de la Unión Europea (en riesgo inminente de convertirse en una segunda Grecia), más de cinco millones de parados y un déficit público cercano a los 80.000 millones de euros (¿quién, en su sano juicio, puede convocar a semejante fracaso ambulante para dictar conferencias?)— empezó su alocución manifestando que “España no es una república hermana de las latinoamericanas, sino un reino” (lo es por orden del dictador Franco, que violó la II República Española constituida democráticamente en 1931 con su golpe de Estado de 1936, desencadenando una cruenta guerra civil e instituyendo un régimen fascista cuya estructura oligárquica fundamental pervive intacta hasta la actualidad), una declaración monárquica que no deja de ser curiosa en un socialista.
Esta servil y extemporánea defensa a ultranza de la corona española en una cumbre mundial contra el hambre contrasta con todo ideal de paz destinado a suprimirla. Felipe VI, siguiendo la tradición de íntima amistad con las monarquías absolutas del golfo Pérsico instaurada por su padre, Juan Carlos I, recibió el pasado 12 de abril con todos los honores en el Palacio de la Zarzuela al príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohámed bin Salmán, quien ostenta, coincidentemente, el cargo de ministro de Defensa de un país donde se atropellan sistemáticamente los derechos humanos más elementales y que descuella como principal promotor del islamismo radical (sí, financiadores de terroristas yihadistas como los que perpetraron los recientes atentados de Cataluña con fecha 17/8/2017, reivindicados por el Estado Islámico) para formalizar un acuerdo multimillonario de venta de equipos militares, salvaguardando así la infame posición de España como sétimo país exportador de armas a escala mundial.
Tradiciones asesinas. Y hablando de tradiciones asesinas, a Zapatero hay que reconocer el repugnante mérito de tan macabro ranquin, pues durante el infausto período de su gobierno —cínicamente apodado por él mismo de “pacifista” con su ridícula Alianza de Civilizaciones, alentando un entente irreal entre las civilizaciones occidental e islámica con el único resultado de que los atentados terroristas aumentaran 10 veces en 10 años (entre el 2004, cuando recién llegado al poder proyectó esa desquiciada iniciativa ante la ONU, y el 2013)— se multiplicó por seis la venta de armas al exterior, contando entre sus clientes preferenciales —oh, casualidad— a Venezuela: ya en el 2005, apenas ocupó el Palacio de la Moncloa, corrió a vender armas al sátrapa Hugo Chávez y a declarar, con un descaro que hiela la sangre, que ese tipo de transacciones representan “un noble objetivo en beneficio de los pueblos” (El Mundo, 30/3/2005), contribuyendo alegremente a que Venezuela, en su senda suicida exacerbada por la revolución bolivariana de 1999, concluyera el 2017 catalogado como el segundo país más violento del planeta. Excuso reseñar que Zapatero no tuvo una sola palabra de condena para sus amigotes en el poder de Venezuela, a quienes rastreramente sigue prestando sus muy bien retribuidos servicios como mediador de la vergüenza y quien apoya la pantomima de las próximas elecciones presidenciales del 20 de mayo descritas sin ambages por la comunidad internacional como fraude.
Seguramente el pobre Zapatero no se ha enterado de que la Organización de Estados Americanos (OEA) activó la Carta Democrática Interamericana contra Venezuela (3/4/2017), se superó el número de presos políticos en los últimos 60 años desde la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez (1953-58), existe un régimen de terror para acallar oponentes, hay barrios armados hasta los dientes por ese mismo régimen en el que ni la guardia pretoriana de Maduro se atreve a entrar, el 2017 se saldó con 26.616 asesinatos (más del 20 % a manos de policías y militares), por citar algunos ejemplos que para el español serán pelillos a la mar, fruslerías o propaganda.
Lo que sí es más grave en su omisión culpable, si cabe, son los millares de muertos y el sufrimiento incuantificable que, alrededor del mundo, causaron, causan y causarán las armas que con total irresponsabilidad moral comercializó. En este sentido, la denuncia en el 2008 del periodista y fotógrafo español Gervasio Sánchez contra el gobierno de España (a la sazón presidido por Zapatero) al recoger el Premio Ortega y Gasset por su reportaje gráfico sobre minas antipersona sigue retumbando en las conciencias: “Como Martin Luther King (…), yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte”.
Las cosas no han cambiado mucho desde entonces: en el informe Armas Marca España, el oscuro negocio de la guerra (13/2/2018), Greenpeace expone cómo el gobierno de Mariano Rajoy (PP) provee de armas a las dictaduras árabes vulnerando tanto el derecho nacional e internacional como los derechos humanos y, por ende, colaborando activamente en masacres de población civil (como está sucediendo en Yemen). En vez del sueño propuesto, el continuum de la pesadilla.
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Óscar Arias hizo mucho más en la III Cumbre Mundial Hambre Cero que dejar bien alto el pabellón de Costa Rica —primer país del mundo en abolir el ejército y en el podio de los 35 países participantes en la clasificación de libertad de prensa según Reporteros sin Fronteras, estrechamente ligada a la salud democrática (si bien Costa Rica no debe dormirse en los laureles, pues en el 2018 bajó nada menos que 4 puntos respecto al 2017 por insultos y amenazas a la prensa durante la campaña electoral, pasó del 6.º al 10.º lugar entre un total de 180 países)—, pues al hacer hincapié en la correlación directa entre guerra (negocio redondo para la industria armamentística) y hambre, sacó los colores a mercenarios como Zapatero y repartió, como decía al principio, elegantes bofetadas dialécticas a todos aquellos expresidentes —que más bien parecían un grupo de vedettes en decadente tournée— que cobardemente callaron las atrocidades en Venezuela. Fue el único, además, en sacar a colación el drama de los últimos días en Nicaragua, con 63 muertos ya, otro polvorín bolivariano saltando por los aires con su infaltable caudillo devorador de añicos.
Por último, me identifico plenamente con el verso que Arias rescató del poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade: “Vine a América a despertar”.
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El autor es economista.