Sufro una creciente desafección por los partidos políticos, pero perdura en mí el interés por las cosas nacionales que en su seno y en la prensa se discuten. Tres de ellas llamaron mi atención: “Casa pintada” y “Puente político”, publicadas en El Financiero, y “Diputados bajan tono ante la crisis fiscal”, en La Nación. Su común denominador es el renovado interés por la agenda fiscal.
La primera recuenta el ferviente deseo del nuevo presidente legislativo, Antonio Álvarez, por liderar la discusión del gasto y los impuestos (en ese orden) y el denodado interés del PLN en recibir la casa (presidencial) bien pintada y bonita; es decir, con menos gastos y más ingresos.
El editorial de El Financiero –“Puente político”– va por la misma línea. El mensaje de diálogo y negociación de la oposición ofrece al gobierno un puente de plata para lo fiscal; bastaría conceder la vía rápida –dice– a los proyectos para racionalizar el gasto, las pensiones abusivas, el fraude fiscal y los impuestos. El reportaje de La Nación ahonda en ese nuevo look negociador de la Asamblea.
Me gusta ese nuevo look. Pero tengo una gran preocupación: omite la aprobación, por la misma vía expedita, de las denominadas reglas fiscales para asegurar la sostenibilidad de las finanzas públicas. Son normas para imponer límites vinculantes al gasto y déficit en proporción al PIB (con excepciones temporales para enfrentar las vicisitudes del ciclo económico) y establecer sanciones por su incumplimiento. El BID elaboró una propuesta (de tercera generación) a petición del Poder Ejecutivo. El proyecto ya existe. Solo falta la escurridiza voluntad política.
Mi preocupación surge porque a los economistas del PLN no les gustan las reglas fiscales. Lo sé de primera mano; he tenido con ellos intensas discusiones. Creo que su objeción tiene un trasfondo más ideológico que pragmático. El PLN ha demostrado historialmente su largueza fiscal y reticencia a las amarras. Y aunque ahora corrigieran temporalmente el gasto y racionalizaran salarios y pensiones, mi temor es que ellos mismos, o cualquier otro, tarde o temprano lleguen a disparar el gasto, subir el déficit y pedir nuevos tributos.
Es el drama reiterativo de nuestra historia hacendaria. Ideal sería que recapacitaran y, junto con las demás fracciones, aunaran fuerzas para asegurar que futuros gobiernos, cualesquiera que sean, se abstengan de pecar. Sé que es difícil de lograr (hay pecaditos seductores, como gastar y gastar), pero, ante el gran confesionario de la historia, la regla fiscal sería una penitencia anticipada.
Jorge Guardia es abogado y economista. Fue presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es, además, profesor de Economía y Derecho Económico en la Universidad de Costa Rica