Si bien puede parecer que el título de esta semana alude a las invasiones europeas destinadas a conquistar la Tierra Santa dominada por los infieles, solo pretendemos, lejos de ofender a los mahometanos, recordar que en español se usa la palabra “cruzada” para calificar cualquier empeño colectivo dictado por una pasión sublime, no necesariamente religiosa o artística. Incluso, puede ser más apropiado llamar cruzada a un movimiento que, pudiendo haberse originado en una idea maravillosa, en el camino ha quedado reducido a una demanda vacía o meramente simbólica. De modo que el cruzadismo, según lo proponemos aquí, vendría a ser la tendencia a persistir en una lucha o una campaña después de que ha perdido todo sentido.
Un caso de cruzadismo lo tenemos en la insistencia de un grupo de ciudadanos bienintencionados en promover la convocatoria a una asamblea constituyente. Hasta donde entendíamos, ese movimiento se inició con base en la creencia, harto discutible, en que las difíciles circunstancias institucionales del Estado costarricense solo se pueden resolver mediante un procedimiento de choque equivalente a frenar de sopetón un tren que se desplaza a cien kilómetros por hora. Cuando se habló por primera vez de reclutar voluntarios para esa causa, los activistas nos ofrecieron dos recios cinturones de seguridad: la convocatoria que iría a referéndum establecería que en la asamblea constituyente no solo estarían representados los partidos políticos y la nueva Constitución no podría ser regresiva con respecto a la actual.
Ahora bien, el Tribunal Supremo de Elecciones, al desechar ambos cinturones, restituyó los letales riesgos del abrupto frenazo y, como resultado, solo los partidos políticos podrán presentar papeletas en una eventual elección de asamblea constituyente, lo cual, en términos de representatividad y de calidad, no garantiza nada mejor que cuanto tenemos hoy en la Asamblea Legislativa. Sobre la posibilidad de que el producto final sea regresivo, se puede decir que con los vientos que corren la catástrofe es previsible.
O sea, continuar la cruzada equivale a marchar en busca de los santos lugares en el país equivocado, expuestos al bandolerismo y bajo la inspiración de un dudoso texto sagrado: un proyecto de Constitución probablemente perfecto, pero redactado por personas que no fueron, y de seguro no serán, elegidas democráticamente para realizar esa tarea.