Costa Rica tiene una brecha de infraestructura de 35 años. El 75% de las vías está en mala condición y solo le asigna una tercera parte de lo necesario para mantenerlas o ampliarlas, según reveló un estudio conjunto de la Cepal y Mideplán en el 2013, reseñado con pulcritud por el Ing. Olegario Sáenz en un reciente seminario en Ecoanálisis.
Hay 42.868 km para llegar a cualquier rincón del país, pero no llegamos a tiempo. La falla no está a lo largo, sino en lo ancho del camino y en la estrechez de los puentes. Basta con salir de San José por la Braulio Carrillo a las 4 p. m. entre semana para comprobarlo. Hay que armarse de paciencia y llevar de comer y de beber para apaciguar el tedio (y un cacharro para nines ).
¿Cuáles son las causas de la tremenda brecha? Algunas son poco conocidas (maraña legal, descoordinación, baja capacidad para ejecutar recursos externos e carencias técnicas de ciertos funcionarios), pero la principal es la insuficiente dotación de recursos. Por décadas, no le han querido asignar la importancia que merece ni los recursos que requiere. La excusa macroeconómica (demasiado repetitiva para ser tomada en serio) es la misma: el déficit fiscal resurgente haría crisis y había que sacrificar aquellas partidas con menor oposición política.
Se han propuesto varias opciones para cortar la brecha, pero ninguna ha contado con suficiente apoyo. Aliarse, una ONG dedicada a promover alianzas público-privadas por el desarrollo (también presente en el seminario), ha hecho una constructiva labor consiguiendo fondos para proyectos, pero no le han dado suficiente participación. ¡Lástima! Otros hemos propuesto privatizar bancos y entidades para financiar infraestructura, pero tampoco nos han dado pelota (la ideología contra privatizar tiene un alto costo económico y social). Y aunque no se mencionó en el seminario, es esencial una regla fiscal para garantizar un mínimo de inversión en el presupuesto.
La Sala Constitucional es, en parte, responsable. Erró al convalidar la restricción vehicular para aliviar las presas y llegar a tiempo, pero solo generó un aumento en la flotilla (medida por el porcentaje de vehículos per cápita). Irónicamente, seguimos cultivando la bucólica visión del arriero: no hay que llegar primero, sino saber llegar. Pero la modernidad exige –diría Marchena– revertir esa prosaica visión de los caminos: la gracia es llegar primero y también saber llegar…