Ahora sí, se vino el bisiesto. Aunque es título para una buena canción —si “reggaetoneo” la lírica y el ritmo, cuadran bien—, hablo sobre el año 2024, que tendrá 366 días, uno más de lo usual. Igual que el 2020, cuando la pandemia nos golpeó. Increíble: ¡Ya pasaron cuatro años! Por cierto, felicidades adelantadas a los que cumplen el 29 de febrero y, una pregunta, ¿qué día celebran el cumpleaños el resto de los años? ¿El 28 o el 1.° de marzo?
Lo del año bisiesto me recuerda la imperfección de nuestra manera de medir el tiempo, pese a la parafernalia tecnológica que tenemos para hacerlo con precisión (reloj atómico). Resulta que la tierra da vuelta al sol cada 365 días, 5 horas, 46 minutos y 48 segundos. Como se supone que cada año equivale a una vuelta al sol, redondeamos a 365 y entonces nos sobran casi seis horas. Y como seis por cuatro son veinticuatro y veinticuatro horas es un día, cada cuatro años nos vemos forzados a agregar un día (29 de febrero) para no hacer un desbarajuste. Imaginen: si no hiciéramos eso, al cabo de un siglo el adelanto sería de ¡25 días! Celebraríamos el año nuevo por ahí del 6 de diciembre.
Pero una cosa son seis horas y otra son casi seis horas (5 h 46 min 28 s). Aun con la corrección, quedan zontos como trece minutos y medio cada año. Además, puestos a ser exactos, la tierra no da la vuelta al sol con una velocidad constante, pues su órbita puede tener variaciones y, además, la tierra está inclinada sobre su eje (por decirlo popularmente, tiene un bamboleo y “menea su cinturita…”). Entonces, como hay que hacer algo con esos minutillos, nuestro calendario gregoriano tendría que agregar un día adicional cada tres mil y pico de años para corregir el desfase. Pero resulta que, entonces, la tierra puede haber variado en algo su velocidad y entonces el ajuste tampoco será exacto. ¡Menudo lío!
¿Y qué, entonces? Repito lo que dije antes: toda la tecnología del mundo no ha borrado la imperfección humana en algo elemental como la medición del tiempo, aunque nos permita entender mejor las causas del atraso y medirlo mejor. Pensemos ahora en esto: ¿Nos salvará la tecnología de los grandes problemas de nuestra imperfecta humanidad? Mi impresión es que no, pero hay mucho creyente en que los adelantos tecnológicos nos llevarán al paraíso y evitarán cualquier catástrofe, por lo que delegan toda su confianza en Silicon Valley.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.