Costa Rica sufrirá toda suerte de conflictos y querellas con Nicaragua, mientras sus dirigentes y parte de la población no vivan y rijan su comportamiento conforme a los principios y valores democráticos. ¿Cuáles? El respeto y la institucionalidad, básicamente.
Uno de los fenómenos que más sorprenden en Nicaragua, en sus relaciones con Costa Rica, es el apoyo que reciben los gobernantes, de parte de la gente, en la comisión de actos contrarios a las normas legales y que en otros países podrían poner en peligro la paz, si no fuera por la educación cívica del pueblo y de los gobernantes de Costa Rica. Esta no es una expresión chovinista ni mucho menos. Lo confirma la historia de ambos países hasta la saciedad. No somos mejores que los nicaragüenses ni superiores. Pero, eso sí, hemos contado con gobernantes que, pese a sus errores y fracasos, han tenido un claro concepto y una vivencia cabal de la concordia. Esta vivencia se ha trocado en obras y en parte vital de la cultura nacional.
Y esto no ha ocurrido por milagro o por casualidad, sino por una forma de ser, inscrita en los orígenes de nuestra historia y en un cierto pragmatismo que nos enseñó que, para sobrevivir, es preciso vivir en paz. Así, la pobreza y la ausencia de caudillos y de militares; esto es, de ansias de poder, fueron una bendición nacional, al punto de que este pueblo pobre y sencillo logró establecer un sistema de gobierno y de institucionalidad apenas estaba dando sus primeros pasos por la vida. Estos primeros años de nuestra historia son nuestro mejor blasón.
La lectura y el conocimiento de los días y meses en que, a puro instinto vital, aprendimos a gatear para adentrarnos en la civilidad y en historia nos deben llenar de santo orgullo. La fidelidad a estos días primigenios, a este núcleo de principios y de valores de excelsa humanidad, debería guiarnos en estos tiempos enrevesados y complejos, cuando todo invita al quebranto y a la falsedad.
Pues bien, desde los primeros días disfrutamos de las ventajas de la convivencia y de la concordia, mientras que otros pueblos fueron amasados en el odio entre hermanos o entre vecinos, sin saber cuándo podrá ponerse fin a esta triste aventura. Cuando, tras tanto tiempo de odio y de rencillas, contra el pueblo de Costa Rica, en vez del apaciguamiento y la concordia, tenemos noticia todos los días de la política de expansión, de la mala fe y la hostilidad del gobierno de Nicaragua, nos preguntamos, sin poder responder, cuánto disfrutaremos del derecho pleno al respeto.
¿Cuándo? Cuando los gobernantes de Nicaragua no necesiten sembrar en su país el odio hacia Costa Rica con el fin de mantener unido a su pueblo. ¡Qué triste destino político!