Me hablaron de la tierra donde los perros vuelan. Mordido por la curiosidad, fui a conocer. Por más que busqué, no vi ninguno flotando por ahí y, sin embargo, entendí la razón por la cual, en efecto, en ese lugar los perros pueden volar. Sopla ahí un viento tan fuerte que las ráfagas lo arrastran a uno; imagínense, pues, lo que le pasa a uno de esos perrillos chiquitillos y bien necios. Y, como los canes conocen del asunto y tontos no son, ninguno sale a la calle. Por eso es que uno no ve perros: se esconden.
Lo de la tierra donde los perros vuelan no es un invento: es real. No es, tampoco, una metáfora para alambicadamente referirme a ciertos países, como este y otros, en los que suceden cosas increíbles y todos como si nada. Por ejemplo, que un ministro de este gobierno reconozca públicamente que se introdujo, a sabiendas, información falsa en una licitación para que una obra se hiciera con el diseño que presentó una de las empresas que competían, aunque luego, al venir las obvias rectificaciones, la obra se encareciera millones de dólares.
Lo más increíble es que el ministro dijera lo que dijo para “corregir” la apreciación de quienes se preguntaban, entre ellos yo, cómo era posible que un ingeniero del Conavi se equivocara 80 metros en el diseño de una carreterita de dos kilómetros. “No hubo tal pifia, están equivocados: todo estaba fríamente calculado”. Dicho esto, media vuelta y ciao. Cajita blanca: uno a la espera de que presente la carta de renuncia, que no lo salvaría de eventuales responsabilidades legales, pero al menos asumiría las políticas.
Es el mismo jerarca público que dijo que si el puente de la platina no estaba listo en febrero se iba... En eso se parece bastante al presidente Trump de Estados Unidos, que un día promete una cosa y al siguiente da la voltereta, sin que se le suban los colores y más bien hable golpeadito.
Pues sí, señoras y señores, más fácil que los perros vuelen, sacarle caldo a un riel, encontrar donde nace el arcoíris; más fácil… lo que ustedes imaginen que en este país un gobierno asuma la responsabilidad política por sus actos. Cuando los jerarcas quieren comunicar algo atosigan a los periodistas y ofrecen entrevistas; sin embargo, cuando tienen que responder, su teléfono está desconectado. Mal hace la presidencia en defender lo indefendible.
Por cierto, la tierra donde los perros vuelan es la Patagonia chilena.