Como gran acontecimiento mediático que convoca a más de 3.700 millones de espectadores, la mitad de la población del mundo, las Olimpiadas son más que una actividad deportiva.
Han sido escenario de confrontación geopolítica, como en Berlín (1936); operado como boicot, como en Moscú (1980) y Los Ángeles (1984); o como demostración de potencia emergente, como en Pekín (2008).
Casualmente, esa fue la racionalidad detrás de la lucha de los brasileños por lograr la Copa Mundial de Fútbol (2014) y las Olimpiadas (2016), verse como la pujante octava economía del mundo y una de los orgullosos Brics. Deseaban proyectar su poderío al mundo.
Con una presidenta en proceso de destitución, una economía debilitada por la baja en las materias primas y el petróleo, serios cuestionamientos de corrupción a los más altos niveles político y empresarial, la celebración del cierre de estas justas contiene un sabor agridulce y hasta un cierto sentido de alivio al haber podido sacar la tarea sin contratiempos graves o evidentes.
Tarea nada fácil fue la seguridad, más ante los recientes actos terroristas en París, Bélgica o Estambul, de cara a la memoria de momentos olímpicos tristes como los sucedidos en Múnich (1972) y Atlanta (1996).
Si continuamos con la simbología del olimpismo, entre naciones, Estados Unidos mantiene su liderato con su décima sétima olimpiada como la número uno en el medallero, y Michael Phelps como el deportista con mayor número de preseas en la historia moderna (23 oros y 28 totales).
El selfi tomado por las gimnastas de Corea del Norte y Corea del Sur representa el sentir de dos jóvenes separadas por la ideología megalómana y sin sentido de unos pocos, pero unidas en valores e historia.
“Un símbolo de esperanza”, como señaló Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, al referirse a la primera acreditación oficial de 10 refugiados en una olimpiada.
Estos jóvenes provenientes de Siria, Sudán del Sur, Etiopía y del Congo representan a los 65 millones de refugiados que han tenido que huir de los horrores de la guerra, siendo además ejemplo vívido de la resiliencia humana frente a la adversidad.
Aplaudo la decisión antidopaje de estas justas así como el retiro de patrocinios a atletas de inadecuada conducta. Por último, celebro las palabras “no soy la próxima Bolt o Phelps, soy la primera Simon Biles”, reconociendo con indignación que el sexismo continúa siendo una de las deudas pendientes del olimpismo.