Crucé la Cordillera de los Andes hace un par de días por el camino de Santiago de Chile a Mendoza, en Argentina. Es una ruta bruja: parajes imposibles, por empinados, montañas infinitas, rocas de todos los colores, un cielo azul intenso y un paisaje denso de soledad. Salgo de Chile, el país más exitoso de América Latina, y entro a otro, Argentina, que es el reino de la conspiración y el rumor.
Chile es una paradoja. A la sociedad más desarrollada de la región la carcome el desasociego. La gente, especialmente los jóvenes, está descontenta, quiere cambios. Las esperanzas creadas por las promesas de la presidenta electa, Bachelet, son difíciles de atender. Quién sabe cómo le irá. La pregunta es: ¿por qué tanta inconformidad en un país al que le ha ido tan bien? Una explicación es que la gente siempre quiere más. La revolución de expectativas, como en Brasil. Otra es que el país del éxito no lo fue tanto, que el milagro se quedó corto en áreas claves como educación, salud y pensiones, y que millones enfrentan duras condiciones. La realidad probablemente tiene un poco de ambas razones. Pero, como dije semanas atrás, esta es una sociedad preparada para debatir los profundos ajustes que debe hacer a su estilo de desarrollo.
Argentina es, en cierto modo, un déjà vu . Y eso que entramos al país por la agradable y arbolada Mendoza, un oasis en medio del desierto. Hay que recurrir a bolsinistas para cambiar dólares en blue a un tipo más favorable que el oficial. Me acordé de cuando, en los años ochenta, uno iba a los bajos de Radio Monumental para lo mismo. Los periódicos están repletos de especulaciones sobre el nuevo capo peronista que reemplazará a la Kirchner. Y es que el peronismo es un continente, una organización corporativista en la que conviven la derecha y la izquierda, unidas por el cordón umbilical del populismo. Una sucede a la otra, o se matan entre sí, ambas reivindicando al general Perón y a Evita. Un país que no conoce el promedio: solo lo ven de pasada cuando van de camino al cielo o al infierno. Hoy van para abajo.
En Santiago, el Museo de la Memoria recoge los horrores de la dictadura. Pocos irreductibles defienden a Pinochet, la sociedad tomó distancia. Otra pregunta: ¿por qué Costa Rica no ha creado un Museo de la Democracia? Esta es nuestra contribución distintiva a la turbulenta América Latina. Visto así, somos un país con mucho mérito: un siglo sin dictaduras. Estamos en un buen sitial en la región, aunque no tenemos el cobre de Chile o la agricultura de Argentina.
Somos un país pobre que muy trabajosamente construyó una democracia longeva, y que hoy exige más imaginación, diálogo y tolerancia de lo que, al parecer, estamos siendo capaces.