Supongamos. ¿Por qué no hacerlo si a veces, por accidente, la historia puede tomar caminos inesperados? Supongamos que el 25 de julio de 1824, hace 189 años, los liberianos, que querían ser de Nicaragua, les hicieron una astuta maniobra a los nicoyanos, que querían a Costa Rica. Que, de camino a Nicoya para reunirse en cabildo a decidir sobre esta cuestión, pasaron por Santa Cruz y al calor de unos vinos de coyol y algunas promesas convencieron a estos para que, "a callellas", le zafaran la tabla a los de Nicoya. Que, como resultado, en el cabildo ganó el bando pro nica, y de ahí en adelante la frontera quedó fijada cerca de Bagaces. ¿Cómo sería la cosa hoy?
Del otro lado de la cerca, la península de Nicoya y la bajura serían una extensión del paisaje que uno ve por Rivas y Nandaime. Una deforestada zona ganadera de baja productividad, granos básicos y alguno que otro enclave turístico. Liberia, Nicoya y Santa Cruz, pueblos secundarios de frontera del extremo sur, tendrían un fuerte intercambio comercial, de contrabando, con el Valle Central. Las disputas por la delimitación fronteriza en el golfo de Nicoya serían más complejas que las del San Juan y las recurrentes guerras civiles nicas habrían afectado muy fuertemente no solo al corredor Bagaces-Puntarenas, sino, por su cercanía, al corazón mismo de Costa Rica, el Valle Central. Los chances de William Walker habrían sido bastante mayores. Rodeada al norte y oeste, la zona norte tica habría siempre colgado de un hilo. Más de uno de cada dos “guanacastecos” sería pobre.
De este lado de la cerca, los 4,2 millones de ticos tendrían que jugársela con menos fuentes de energía. Tampoco contarían con una buena parte de los $2.000 millones que anualmente ingresan por turismo, y no tendrían una tajada de las cosechas de café, caña, melón, arroz entre otros. Además, habríamos perdido una buena parte del mar territorial y toda la ecología del bosque seco. O sea, una pérdida mayúscula.
En resumen: Nicaragua no habría hecho mayor cosa con Guanacaste y a Costa Rica le habría hecho una enorme falta. Es difícil pensar en los niveles actuales de desarrollo sin esta provincia. Así de amarrados están nuestros destinos y así de monumental es la miopía con que el Valle Central históricamente trató a esa provincia: poco más que como lugar del negocio rápido, en asocio de las élites locales, y sitio de descanso. En la segunda mitad del siglo XX, las grandes obras de infraestructura pública cambiaron para siempre la región, pero hoy el motor público es insuficiente. Una estrategia de desarrollo regional basada en una inclusiva alianza público/privado/sociedad civil debe dar paso a nuevas oportunidades de progreso.