En las redes sociales no faltó quien creyera ver una relación de causa y efecto entre dos fenómenos naturales totalmente independientes: el huracán Irma y el terremoto de México. Después de que un navegante de la red le explicó a otro que suponer tal relación es absurdo, este respondió con altanería: “A mí no me va a enseñar usted, ¿acaso no existe también una relación de causa y efecto entre los terremotos y los sunamis?”. Por un instante nos sentimos tambaleantes ante aquella irrebatible verdad: en efecto, los terremotos submarinos suelen provocar tsunamis. Sin embargo, se las trae eso de postular una relación material entre temblores y torbellinos.
Menos sorprendente fue la afirmación de quien interpretó la simultaneidad de ambos fenómenos como una acción punitiva de origen celestial: Dios pretendía castigar a Estados Unidos y a México por compartir una gran diversidad de pecados. Esta visión contrastaba con las abundantes convocatorias de otros creyentes a formar cadenas de oración para pedirle a ese mismo Dios que moderara los efectos del huracán Irma sobre Estados Unidos, tal vez mediante el milagroso artificio de erigir gratuitamente el muro soñado por Trump justo frente a la réproba Cuba. En lo que respecta al terremoto, comprendimos que un movimiento tectónico no deja margen para maniobras místicas preventivas y que, además, Dios no protege a México tanto como a los otros países de Norteamérica. Por otra parte, el récord Guinness de la autoestima debería corresponderle al predicador protestante cuya intercesión –así lo garantizaba él mismo– impediría que Irma azotara Florida siempre y cuando ese Estado derogara de inmediato las leyes que facilitan el matrimonio homosexual y el aborto.
Un estadounidense amigo nuestro, destacado tanto por su gran sensibilidad humana como por su confianza en las leyes físicas que le dan sentido a la Creación, introdujo un tono de cordura al hacer por la web racionales y acertadas observaciones sobre los factores termodinámicos que incrementan la capacidad destructora de los fenómenos atmosféricos.
Tolerantes, como quisiéramos ser, seguiremos atentos por igual a las opiniones de los meteorólogos y los sismólogos, y a la conseja de nuestras abuelas según la cual, el excesivo calor nos anuncia la proximidad de un buen remezón.