Por varias décadas, China se proyectó al mundo con la poderosa imagen del designio inevitable. En los últimos meses, la escena ha cambiado, para revelar las múltiples fisuras de una realidad vulnerable.
De forma progresiva, y con particular dramatismo durante las últimas semanas, han saltado a escena un cúmulo de tensiones, demonios y dudas, capaces de alterar lo que parecía un guion blindado.
Hoy, la inestabilidad ensombrece las certezas: en lo inmediato, económicas, pero también sociales, políticas y estratégicas. A todos nos concierne.
La “fórmula” del éxito, inaugurada por Deng Xiaopin g a finales de los años 70, se basó en un pragmatismo con puño de acero. El control vertical, típico de una dictadura de partido, comenzó a convivir con la flexibilidad de acción y adaptación económica.
Según su icónica frase, no importaba que el gato fuera blanco o negro, sino que cazara ratones; es decir, que rindiera frutos. Surgió entonces la mezcla entre mercado y dirigismo; entre capitalismo feroz y retórica marxista-maoísta; entre propiedad privada y Estado omnipresente; entre la asignación de recursos desde la cúpula y su alegre uso por mandarines del partido y empresarios afines.
El manejo, brutal a ratos, fue eficiente, y condujo a un progreso material sin precedentes. La cúpula siempre tenía la razón, y lo demostraba. Su gran trofeo fue un sostenido crecimiento del 10% que, a su vez, impulsó la economía mundial, la tranquilidad social y el peso estratégico de China. Pero las contradicciones se acumularon y han salido a la superficie.
El frenazo en el crecimiento, la caída en las bolsas, la súbita devaluación del yuan, la explosión química en el puerto de Tianjin, la persecución de activistas de derechos humanos, las incesantes purgas de funcionarios “corruptos”, la intranquilidad laboral y hasta un nacionalismo exacerbado, transmiten un mensaje ineludible: el modelo se ha trabado; quizá, incluso, agotado.
La salida pasa por mayor apertura general. El presidente Xi Jinping lo sabe, pero también sabe que un paso de tal calado pondrá en riesgo el modelo político. De aquí tantos palos de ciego para conjurar los síntomas mientras se oculta el mal.
La nueva imagen es de desconcierto. Ya no existen las certezas, ni siquiera sobre la conducta de los gatos.
(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).